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Entrenamiento de animales desde una óptica animalista. Una breve introducción general.

Publicado el 10 de mayo de 2016

Orión

Orión, destinado a las peleas, rescatado por Adriana Rodriguez y Manu Moriche y trabajado por EDUCAN ¡Gracias! 🙂

Estoy haciendo un trabajo amplio sobre ética y entrenamiento de animales no humanos. Un trabajo muy importante para mí. Varios amigos me han convencido de ir publicando mi blog, La Caja Verde, extractos, para recibir feedback y así convertir este trabajo en algo más colectivo y compartido. Ya lo decían en La Bola de Cristal: solo no puedes, con amigos sí.

Este artículo y un montón de contestaciones podréis encontrarlo allí, en este post, pero creo que colgándolo también aquí, en Pensamiento Animalista, como nota puedo lograr mejorar este efecto colaborativo.

 

Qué y cúando es lícito entrenar animales

Para trabajar con animales no humanos, particularmente con sus emociones, es necesario tener una posición clara y determinada sobre la manera lícita de intervenir en su comportamiento.

Debemos considerar cómo influirá nuestro trabajo en aspectos que van mucho más allá de los beneficios de manejo o utilidad práctica que nos reporte.

Antes de intervenir sobre el comportamiento de un animal no humano es necesario definir previamente, y de manera clara, qué es lo que consideramos correcto. No podemos suponer que nuestro amor por los animales y nuestra capacidad como entrenadores nos servirán de guía eficaz porque:

  1. El amor no es igual al respeto, se cometen muchos abusos por amor. El amor por los animales tiende a sacar nuestra parte más infantil, la que desea poseer. Yo, como tanta gente a la que le gustan los animales, de niño quería tener muchos animales. Hoy he aprendido que solo debo tener conmigo animales domésticos, que los salvajes deben estar en su entorno o, si han sido sacados de él, en centros dedicados a su cuidado y recuperación.
  2. Además saber cómo entrenar a un animal nos da poder sobre él, y eso tiende a potenciar por nuestra parte una búsqueda excesiva del control de su naturaleza. El que algo pueda hacerse no indica que esté bien hacerlo, aunque los medios para lograrlo sean amables.

La posesión y el exceso de control cosifican a los animales, da igual que nuestras intenciones sean buenas y sintamos un profundo y sincero amor por ellos.

La manera de ejercer de los entrenadores profesionales y de los especialistas en gestión del comportamiento, además de a los animales y a su imagen, afecta a la imagen, desarrollo y rumbo de nuestra profesión.

Podría parecer que defiendo dejar de entrenar animales no humanos. Pero no es así en absoluto.

Muchos animales no humanos requieren entrenamiento. Obviamente los que conviven con nosotros, como los perros, pero también los salvajes que están en centros de recuperación necesitan que los entrenadores les ayudemos. Sin esta ayuda el manejo, el cuidado veterinario e incluso el entrenamiento que les permitiese reintegrarse a su entorno serían imposibles.

Además, si quienes tenemos una visión animalista renunciamos a ser entrenadores porque resulta difícil hacerlo bien, estaremos dejando el terreno libre a quienes no tengan consideración hacia aspectos que vayan más allá de entrenar para conseguir las conductas que les resultan rentables.

Debemos asumir que nuestro papel es similar al de profesores, que han de explicar y enseñar, pero no cualquier cosa, ni de cualquier manera: hay que seguir un plan de estudios que estará siempre al servicio del alumno.

El entrenamiento debe estar diseñado y ejecutado de este modo. Admitimos que nuestros hijos se esfuercen y que sus profesores les programen tareas en áreas que serán necesarias para su desarrollo personal, pero si les enseñan únicamente a realizar conductas que redundan en el interés directo de quien las está enseñando no podemos hablar de enseñanza, sino de preparación para la explotación. Sin duda en las fábricas que emplean niños en Asia para la confección de ropas se les enseñará a usar los útiles necesarios para su labor, pero nunca consideraríamos eso como un programa de formación profesional. Con los animales, con su entrenamiento, sucede lo mismo: debe tener como directriz principal el beneficio que obtendrá el animal.

Esto, que es cierto en todos los casos, se vuelve crítico al trabajar con animales salvajes. Porque hay cosas que es lícito y adecuado trabajar en los perros, que deben compartir su vida con nosotros y adaptarse a nuestro entorno, que no deberíamos hacer con animales salvajes, incluyendo el quitarles el miedo o la agresión en determinados momentos: un animal salvaje que pierda el miedo a las personas fácilmente será cazado si se reintroduce, eliminar ese miedo puede ser incorrecto. Un animal al que se le corrige por perseguir y cazar a otros animales que deben ser sus presas también está dejando de ser adaptativo.

Por todo lo anterior es necesario definir unos parámetros generales sobre lo que es correcto y lo que no lo es para hacer intervenciones sobre el comportamiento que sean beneficiosas para los animales.

¿Qué tener en consideración antes de intervenir en el comportamiento de un animal?

La calidad de vida del animal y su derecho a la felicidad.

  1. Las intervenciones sobre el comportamiento deben ser compatibles con la calidad de vida del animal y promover su acceso a la felicidad. Por ejemplo: en una ocasión me preguntaron si era posible entrenar a un perro pequeño a hacer sus necesidades en una bandeja de gato para no tener que sacarle a la calle. Este es un ejemplo óptimo: es posible, pero impedirá que el perro pasee, conozca a otros perros, haga ejercicio… Es una intervención incompatible con el derecho del animal a acceder a la felicidad.
  2. La intervención sobre un comportamiento debe mejorar, o al menos no empeorar, la calidad vida del animal en el contexto en el que trabajemos con dicho comportamiento. Por ejemplo: en una ocasión me pidieron que un perro adulto, al que le entusiasmaba perseguir y cazar conejos, algo potenciado por sus propietarios y con una evidente base innata, dejara de hacerlo porque querían hacerse con unos conejitos blancos para su hija y tenerlos sueltos por el piso con el perro de manera permanente, aun cuando ellos no estuvieran. Es posible, pero ¿a costa de qué? ¿será saludable emocionalmente para el perro? ¿es justo para el perro?
  3. La intervención sobre el comportamiento debe mantener o mejorar la capacidad posterior del animal de gestionar su entorno y adaptarse a él, así como mejorar sus capacidades de relación con coespecíficos y con otras especies con las que interactúe. El ejemplo paradigmático está en los chimpancés a los que se les enseñó lenguaje de signos, después ya no se comunicaban bien con otros chimpancés y languidecían durante años en zoos haciendo signos desesperadamente a los visitantes a la espera de volver a ser escuchados, a la espera de recuperar la posibilidad de comunicarse con otros. Una posibilidad que el entrenamiento les había robado.

Puedo entender a la persona sin recursos y sin formación en un país deprimido de África, que por unos dólares mata a una hembra de chimpancé para arrebatarle a su bebé y vendérselo a un turista. Lo entiendo porque no ama a los animales y está en una situación de necesidad.

Comprendo un poco menos a quien compra a la cría, porque esa persona dice que ama a los animales, piensa que los ama… tanto que quiere poseerlos. Tan mal que por poseer a animal se pone una venda sobre lo que se hace para conseguirlo y sobre la infelicidad a la que le condena.

Pero al que no puedo entender ni perdonar en absoluto es a quien, con conocimientos, le roba a un animal la posibilidad de comunicarse con los suyos, a quien aplica un entrenamiento que le aísla de sus congéneres y le arrebata su condición de chimpancé. Porque ese sí sabe lo que se hace y, pese a todos los argumentos que dé, en el fondo lo hace porque puede. Ese es el tipo de poder al que me refería antes.

La imagen del animal y de su especie.

  1. Las intervenciones sobre el comportamiento deben promover en quienes observen y/o interactúen con el animal una imagen digna de este y concordante con los conocimientos científicos sobre el comportamiento y necesidades de su especie.
  2. La intervención sobre el comportamiento no debe dar al público una imagen ridícula, idealizada, demagógica, objetualizada o antropomórfica del animal concreto con el que hemos trabajado o de su especie.

Aquí abundan los ejemplos: desde los más evidentes, como el entrenamiento de la “sonrisa” en los chimpancés, que para ellos es una señal de miedo y se entrena a través del miedo, hasta los más sutiles, que por ello son los más peligrosos, pues parecen “buenos”: como entrenar a un tigre para hacerse fotografías con personas, a unas orcas para cantar y bailar con sus entrenadores o a un perro a montar en bicicleta.

Todas esas cosas vejan la dignidad del animal entrenado y muestran a su especie de una manera irreal y discorde con los conocimientos científicos sobre cada una de ellas: el tigre no debe parecer amigable, la imagen de que los tigres no son peligrosos y pueden actuar amigablemente con las personas es demagógica e idealizada, es bonita, pero falsa, y dañina para el conocimiento y respeto de la especie. Las orcas no son personajes de una película de Disney, que se organizan de manera coreográfica cuando están contentos. Ese entrenamiento es antieducativo para quien lo ve, no es beneficioso para las orcas, sólo para quien las explota. Adiestrar a un perro para montar en bicicleta es técnicamente admirable y muestra una gran capacidad por parte de quien lo consigue, sin duda el perro será un animal querido por su entrenador. Pero es un entrenamiento antropomórfico que, en realidad, le da un papel paródico y bufonesco al perro, vulnera su dignidad como individuo y hace que las personas que lo contemplan se alejen del conocimiento real de las necesidades y capacidades de su especie. Por no hablar del riesgo absolutamente innecesario de sufrir una caída.

La calidad del trabajo de los profesionales del comportamiento.

Las intervenciones profesionales sobre el comportamiento de los animales no humanos deben poder ser:

  1. Supervisadas en su desarrollo, para evitar excesos, aunque no lleguen al nivel de maltrato
  2. Evaluadas en su éxito de manera objetiva, para evitar a quienes no obtienen resultados y sólo venden humo.

Pero debemos entender el éxito no solo como la consecución, eliminación o variación de uno o varios comportamientos, sino también, y especialmente, de los puntos anteriores: cómo se ha influido en la calidad de vida, el acceso a la felicidad, la imagen del animal y en el conocimiento de su especie.

La intervención profesional sobre el comportamiento de los animales no humanos debe hacerse:

  1. Acorde al conocimiento científico sobre cada especie
  2. Adaptada para cada individuo concreto
  3. Mostrando el (a) respeto, entendido como consideración de que el animal tiene un valor por sí mismo y no solo en función de su papel respecto a nosotros, y (b) cariño, entendido como inclinación afectiva que reconoce su valor como individuo y busca su desarrollo saludable y feliz, del profesional hacia el animal con el que está trabajando.

Fijaos en todos y cada uno los ejemplos anteriores, fijaos que ninguno de los casos que he mencionado mejoraban la calidad de vida de los animales entrenados, más allá de conseguir unos trocitos de comida en el momento. No son intervenciones exitosas. No son intervenciones justas sobre el comportamiento, aunque se hagan de manera amable.

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