Entrenamiento de animales y ética: una perspectiva animalista (II)

Paris, perra encontrada con miedo severo a las personas y acogida por la Asociación Nueva Vida.

Paris, perra encontrada con miedo severo a las personas, acogida y cuidada por la Asociación Nueva Vida.

El maltrato

El maltrato de las personas hacia los animales no humanos es un tema que ha sido objeto de estudio y análisis con frecuencia. Por ello intentaré no extenderme en este punto, limitándome a ofrecer una definición operativizable de maltrato y mencionar quiénes están en situación, a mi entender, de cometer maltrato.

Definir competentemente el maltrato y señalar quiénes están en situación de llevarlo a cabo es un mínimo necesario para nuestra ecuación en busca de una ética y una deontología comprometida -pero objetivizada- de la práctica profesional relacionada con animales no humanos, pues serán dos operadores relevantes para la prevención, evaluación y disminución de la prácticas abusivas.

Qué es maltrato

Es muy difícil manejar y/o analizar lo que no está bien definido o aquello cuya definición no puede operativizarse, de manera que permita evaluar de manera objetiva cuándo aparece o cuándo no. Esta dificultad se vuelve crítica si, además, deseamos luchar contra algo de manera eficaz y hacer una política preventiva que incluya pautas de buena praxis.

Todo el mundo tiene una idea personal sobre lo que constituye maltrato y una sensibilidad diferente a la hora de incluir o no algo en la categoría de maltrato.

Esta “evaluación por sensibilidad” del maltrato es ineficaz y supone problemas. Quizá los principales son: que dificulta prevenirlo, puesto que hasta que una situación no sucede o no la imaginamos no podemos presuponer su gravedad, que potencia la división entre quienes tienen (tenemos) sensibilidades diferentes, dificultando unir fuerzas en un frente común de lucha contra el maltrato, lo que hace que quienes no son sensibles hacia el maltrato, tanto personas como instituciones, terminen percibiéndonos como grupúsculos sin ideas claras. Por último discrimina a las especies en base a la sensibilidad que despierten en nosotros, porque es un hecho cierto que la expresividad de un cangrejo nos genera menos empatía que la de un cachorro de perro, lo que desajusta nuestra “evaluación por sensibilidad” del maltrato. No creo que demasiada gente comiera en un lugar donde matasen los corderos lechales delante de uno, mientras escucha sus balidos asustados, pero no parece suponer un problema hacerlo mientras hierven vivos a crustáceos ante nosotros. Ojo, todavía no estoy hablando de lo adecuado o no que me parece consumir animales, ese es un punto al que tardaré bastante en llegar. Solo pretendo ejemplificar un problema obvio de la “evaluación por sensibilidad” del maltrato.

Se hace evidente que resulta necesario llegar a una definición objetiva y clara de maltrato que, además, sea funcional para su prevención y evaluación.

Propongo una definición de maltrato animal similar a la aceptada para el maltrato infantil en muchas legislaciones, y que iremos viendo a lo largo de este trabajo que es muy útil a nivel operativo:

Maltrato es cualquier acción u omisión no accidental que genera perjuicios o compromete la satisfacción de las necesidades básicas de dicho animal.

Personalmente, y es el objetivo de este trabajo, impulso una práctica profesional relacionada con animales no humanos que vaya más allá de satisfacer sus necesidades básicas, potenciando su bienestar y promoviendo su acceso a la felicidad, en mi caso desde el entrenamiento.

Pero esto es claramente excesivo como requisito mínimo para determinar el maltrato, al menos si queremos una definición útil, operativa y aceptable a nivel general. Y tengo la convicción de que la mejor manera de llegar a lo óptimo es definir con eficacia lo mínimo e ir construyendo sobre ese cimiento. Nunca será igual la práctica óptima que la práctica mínimamente aceptable, pero ambas deben ser definidas, en especial la segunda.

El maltrato, obviamente, se sale de cualquier práctica mínimamente aceptable  por debajo y se define por ser lesivo para el animal, ya llegará el momento de definir la práctica óptima que resulte beneficiosa para el animal. He buscado una definición que sea válida para cualquier caso posible, sin excepciones, para toda especie y tipo de relación con los seres humanos.

Es importante la elección del término no accidental en lugar del muy usual intencional para referirnos a qué constituye maltrato. Alguien puede alimentar a un perro sólo con un mendrugo de pan al día durante años creyendo sinceramente que es lo adecuado y saludable, no existe la intención de maltratar, pero como la acción no es accidental, sino voluntaria, sí constituye maltrato pues compromete las necesidades físicas del animal. Por supuesto la intencionalidad implica un agravante del maltrato, pero no es un requisito necesario para que exista.

Según avancemos en este trabajo veremos que la elección de no accidental frente a intencional es muy valiosa como base para evaluar la calidad de las interacciones entre humanos y otros animales, pues existen muchos colectivos que trabajan (trabajamos) con animales no humanos y donde perviven prácticas que pueden implicar maltrato por acción u omisión, pero que son realizadas de buena fe por quienes las llevan a cabo. También puede suceder lo contrario, que prácticas que puedan no “gustarnos” en una primera impresión resulten finalmente beneficiosas o necesarias para el bienestar del animal y privarles de ellas pueda llegar a constituir maltrato.

Poniendo un ejemplo muy obvio, podría parecer que atar a los perros les genera perjuicios o limita su bienestar, pues preferirían estar corriendo libres, sin embargo esta práctica no siempre implicará maltrato. Cuando lo hacemos para desplazarnos por la ciudad y con materiales adecuados, estamos asegurándonos de que no puedan sufrir o causar daño al cruzar la calle, por ejemplo, y estamos ejerciendo una tutela responsable. Sin embargo cuando un perro permanece atado con un metro de cadena a un punto fijo durante horas o días sí se están desatendiendo sus necesidades y comprometiendo su bienestar, por lo que constituiría maltrato.

Veamos otros ejemplos muy sencillos (ya habrá tiempo de llegar a los complicados) de aplicación práctica de este concepto de maltrato:

Una vacuna inyectable hace daño al perro al ser aplicada, pero como no le genera perjuicios sino beneficios y no compromete sus necesidades básicas, sino que las cubre, no es maltrato. El mismo pinchazo realizado gratuitamente sí sería maltrato, puesto que solo existe perjuicio.

Pisar a un perro en un traspiés y hacerle daño sin querer (algo que a todos nos ha sucedido) no supone maltrato aunque suponga perjuicio para él, porque es accidental. El mismo pisotón hecho intencionalmente sí supondría maltrato. Descartes maltrató a la perra preñada a la que pateó, aunque tuviera la convicción de que era una “maquina de carne, un autómata sin sentimientos”, puesto que su patada no fue accidental.

Recordemos que es necesario evaluar lo más objetivamente posible cuándo existe maltrato. La definición debe facilitar el dictamen técnico del maltrato y la autoevaluación de cada profesional respecto a su (nuestro) trabajo. Cuando no es así nuestra definición será solo una declaración de intenciones, un brindis al sol, no una herramienta eficaz en la lucha contra el maltrato.

Sobre quién se comete maltrato

Cuando intervenimos en el comportamiento de un animal de manera ética, buscando una actuación profesional óptima, tenemos que considerar cómo afectará nuestra intervención tanto al individuo con el que estamos trabajando como, a nivel de imagen y conocimiento, a su especie. Esto no sucede igual al evaluar el maltrato.

El maltrato siempre se refiere a uno o varios individuos, no a la especie.

La actuación óptima sobre animales no humanos implicará al individuo y a la especie, pero el maltrato no se define por no ser una actuación óptima, sino por ser una actuación directamente lesiva y que se comete siempre sobre un animal o animales concretos.

Es decir, cuando se retienen orcas en cautividad, en condiciones que no permiten cubrir sus necesidades básicas (como pueda ser el desplazarse decenas de millas náuticas cada día), se puede estar dando una imagen nociva o tóxica sobre las orcas y sobre su relación con los seres humanos, lo que es malo, pero no se maltrata a las orcas como especie o a los cetáceos como orden, sino a los individuos concretos que se encuentran cautivos.

Insistir de nuevo en que cuando hablamos de maltrato no estamos definiendo en absoluto cómo se actúa bien, sino cómo se actúa mal. Es muy importante no mezclar estos conceptos, pues ambos son necesarios para una deontología operativa y susceptible de ser normalizada.

Quién está en situación de cometer maltrato

Otro punto relevante es definir quién puede estar cometiendo maltrato, sin ello es fácil que personas o entidades puedan escudarse en su falta de implicación directa en situaciones de maltrato.

La inacción de entidades o personas con poder para prevenir, interrumpir y eventualmente castigar el maltrato es uno de los principales problemas que existen para una lucha eficaz contra el maltrato.

Por esto es importante dejar claro quién está en situación de maltratar.

Cualquier persona, institución o entidad que tenga relación directa o indirecta con animales no humanos y cuyas acciones u omisiones no accidentales puedan generar perjuicios o comprometer la satisfacción de las necesidades básicas de algún animal o grupo de animales está en situación de cometer maltrato.

Con relación directa con los animales tendríamos a propietarios, cuidadores, entrenadores, veterinarios…

Con relación indirecta con los animales, pero no por ello libres de la posibilidad de ser responsables de maltrato, tendríamos a directores o responsables de instalaciones de alojamiento de animales, empresas, legisladores, autoridades responsables del cumplimiento de las normativas relacionadas…

Pero aquí no acaba la cosa…

Creo que la definición de maltrato que propongo es consistente, sencilla y válida como herramienta de trabajo, pero es que esta era la parte fácil.

Es muy importante que los conceptos, particularmente los que son tan importantes como el de maltrato, estén completados con formas concretas y lo más objetivas posibles de evaluación, tanto a anteriori como a posteriori, para que los técnicos del área puedan (podamos) evaluarlo en terceros y autoevaluarse (autoevaluarnos) a sí mismos durante su (nuestra) práctica profesional. Esto es lo que permite hacer operativa la definición.

Esa es la parte difícil, que veremos más adelante.

Entrenamiento de animales y ética: una perspectiva animalista (I)

Orión, un perro destinado a las peleas y rescatado por Adriana y Manu. Gracias :-)

Orión, destinado a las peleas y rescatado por Adriana Rodriguez y Manu Moriche ¡Gracias!  🙂

Como mencioné, estoy haciendo un trabajo amplio sobre ética y entrenamiento de animales no humanos. Varios amigos me han convencido de ir publicando en La Caja Verde extractos, para recibir feedback de quienes la leéis y así convertir este trabajo en algo más colectivo y compartido. Ya lo decían en La Bola de Cristal…

Qué y cúando es lícito entrenar animales

Para trabajar con animales no humanos, particularmente con sus emociones, es necesario tener una posición clara y determinada sobre la manera lícita de intervenir en su comportamiento.

Debemos considerar cómo influirá nuestro trabajo en aspectos que van mucho más allá de los beneficios de manejo o utilidad práctica que nos reporte.

Antes de intervenir sobre el comportamiento de un animal no humano es necesario definir previamente, y de manera clara, qué es lo que consideramos correcto. No podemos suponer que nuestro amor por los animales y nuestra capacidad como entrenadores nos servirán de guía eficaz porque:

  1. El amor no es igual al respeto, se cometen muchos abusos por amor. El amor por los animales tiende a sacar nuestra parte más infantil, la que desea poseer. Yo, como tanta gente a la que le gustan los animales, de niño quería tener muchos animales. Hoy he aprendido que solo debo tener conmigo animales domésticos, que los salvajes deben estar en su entorno o, si han sido sacados de él, en centros dedicados a su cuidado y recuperación.

 

  1. Además saber cómo entrenar a un animal nos da poder sobre él, y eso tiende a potenciar por nuestra parte una búsqueda excesiva del control de su naturaleza. El que algo pueda hacerse no indica que esté bien hacerlo, aunque los medios para lograrlo sean amables.

 

La posesión y el exceso de control cosifican a los animales, da igual que nuestras intenciones sean buenas y sintamos un profundo y sincero amor por ellos

La manera de ejercer de los entrenadores profesionales y de los especialistas en gestión del comportamiento, además de a los animales y a su imagen, afecta a la imagen, desarrollo y rumbo de nuestra profesión.

Podría parecer que defiendo dejar de entrenar animales no humanos. Pero no es así en absoluto.

Muchos animales no humanos requieren entrenamiento. Obviamente los que conviven con nosotros, como los perros, pero también los salvajes que están en centros de recuperación necesitan que los entrenadores les ayudemos. Sin esta ayuda el manejo, el cuidado veterinario e incluso el entrenamiento que les permitiese reintegrarse a su entorno serían imposibles.

Además, si quienes tenemos una visión animalista renunciamos a ser entrenadores porque resulta difícil hacerlo bien, estaremos dejando el terreno libre a quienes no tengan consideración hacia aspectos que vayan más allá de entrenar para conseguir las conductas que les resultan rentables.

Debemos asumir que nuestro papel es similar al de profesores, que han de explicar y enseñar, pero no cualquier cosa, ni de cualquier manera: hay que seguir un plan de estudios que estará siempre al servicio del alumno.

El entrenamiento debe estar diseñado y ejecutado de este modo. Admitimos que nuestros hijos se esfuercen y que sus profesores les programen tareas en áreas que serán necesarias para su desarrollo personal, pero si les enseñan únicamente a realizar conductas que redundan en el interés directo de quien las está enseñando no podemos hablar de enseñanza, sino de preparación para la explotación. Sin duda en las fábricas que emplean niños en Asia para la confección de ropas se les enseñará a usar los útiles necesarios para su labor, pero nunca consideraríamos eso como un programa de formación profesional. Con los animales, con su entrenamiento, sucede lo mismo: debe tener como directriz principal el beneficio que obtendrá el animal.

Esto, que es cierto en todos los casos, se vuelve crítico al trabajar con animales salvajes. Porque hay cosas que es lícito y adecuado trabajar en los perros, que deben compartir su vida con nosotros y adaptarse a nuestro entorno, que no deberíamos hacer con animales salvajes, incluyendo el quitarles el miedo o la agresión en determinados momentos: un animal salvaje que pierda el miedo a las personas fácilmente será cazado si se reintroduce, eliminar ese miedo puede ser incorrecto. Un animal al que se le corrige por perseguir y cazar a otros animales que deben ser sus presas también está dejando de ser adaptativo.

Por todo lo anterior es necesario definir unos parámetros generales sobre lo que es correcto y lo que no lo es para hacer intervenciones sobre el comportamiento que sean beneficiosas para los animales.

¿Qué tener en consideración antes de intervenir en el comportamiento de un animal?

 

La calidad de vida del animal y su derecho a la felicidad.

Las intervenciones sobre el comportamiento deben ser compatibles con la calidad de vida del animal y promover su acceso a la felicidad. Por ejemplo: en una ocasión me preguntaron si era posible entrenar a un perro pequeño a hacer sus necesidades en una bandeja de gato para no tener que sacarle a la calle. Este es un ejemplo óptimo: es posible, pero impedirá que el perro pasee, conozca a otros perros, haga ejercicio… Es una intervención incompatible con el derecho del animal a acceder a la felicidad.

La intervención sobre un comportamiento debe mejorar, o al menos no empeorar, la calidad vida del animal en el contexto en el que trabajemos con dicho comportamiento. Por ejemplo: en una ocasión me pidieron que un perro adulto, al que le entusiasmaba perseguir y cazar conejos, algo potenciado por sus propietarios y con una evidente base innata, dejara de hacerlo porque querían hacerse con unos conejitos blancos para su hija y tenerlos sueltos por el piso con el perro de manera permanente, aun cuando ellos no estuvieran. Es posible, pero ¿a costa de qué? ¿será saludable emocionalmente para el perro? ¿es justo para el perro?

La intervención sobre el comportamiento debe mantener o mejorar la capacidad posterior del animal de gestionar su entorno y adaptarse a él, así como mejorar sus capacidades de relación con coespecíficos y con otras especies con las que interactúe. El ejemplo paradigmático está en los chimpancés a los que se les enseñó lenguaje de signos, después ya no se comunicaban bien con otros chimpancés y languidecían durante años en zoos haciendo signos desesperadamente a los visitantes a la espera de volver a ser escuchados, a la espera de recuperar la posibilidad de comunicarse con otros. Una posibilidad que el entrenamiento les había robado.

Puedo entender a la persona sin recursos y sin formación en un país deprimido de África, que por unos dólares mata a una hembra de chimpancé para arrebatarle a su bebé y vendérselo a un turista. Lo entiendo porque no ama a los animales y está en una situación de necesidad.

Comprendo un poco menos a quien compra a la cría, porque esa persona dice que ama a los animales, piensa que los ama… tanto que quiere poseerlos. Tan mal que por poseer a animal se pone una venda sobre lo que se hace para conseguirlo y sobre la infelicidad a la que le condena.

Pero al que no puedo entender ni perdonar en absoluto es a quien, con conocimientos, le roba a un animal la posibilidad de comunicarse con los suyos, a quien aplica un entrenamiento que le aísla de sus congéneres y le arrebata su condición de chimpancé. Porque ese sí sabe lo que se hace y, pese a todos los argumentos que dé, en el fondo lo hace porque puede. Ese es el tipo de poder al que me refería antes.

La imagen del animal y de su especie.

Las intervenciones sobre el comportamiento deben promover en quienes observen y/o interactúen con el animal una imagen digna de este y concordante con los conocimientos científicos sobre el comportamiento y necesidades de su especie.

La intervención sobre el comportamiento no debe dar al público una imagen ridícula, idealizada, demagógica, objetualizada o antropomórfica del animal concreto con el que hemos trabajado o de su especie.

Aquí abundan los ejemplos: desde los más evidentes, como el entrenamiento de la “sonrisa” en los chimpancés, que para ellos es una señal de miedo y se entrena a través del miedo, hasta los más sutiles, que por ello son los más peligrosos, pues parecen “buenos”: como entrenar a un tigre para hacerse fotografías con personas, a unas orcas para cantar y bailar con sus entrenadores o a un perro a montar en bicicleta.

Todas esas cosas vejan la dignidad del animal entrenado y muestran a su especie de una manera irreal y discorde con los conocimientos científicos sobre cada una de ellas: el tigre no debe parecer amigable, la imagen de que los tigres no son peligrosos y pueden actuar amigablemente con las personas es demagógica e idealizada, es bonita, pero falsa, y dañina para el conocimiento y respeto de la especie. Las orcas no son personajes de una película de Disney, que se organizan de manera coreográfica cuando están contentos. Ese entrenamiento es antieducativo para quien lo ve, no es beneficioso para las orcas, sólo para quien las explota. Adiestrar a un perro para montar en bicicleta es técnicamente admirable y muestra una gran capacidad por parte de quien lo consigue, sin duda el perro será un animal querido por su entrenador. Pero es un entrenamiento antropomórfico que, en realidad, le da un papel paródico y bufonesco al perro, vulnera su dignidad como individuo y hace que las personas que lo contemplan se alejen del conocimiento real de las necesidades y capacidades de su especie. Por no hablar del riesgo absolutamente innecesario de sufrir una caída.

La calidad del trabajo de los profesionales del comportamiento.

Las intervenciones profesionales sobre el comportamiento de los animales no humanos deben poder ser (A) supervisadas en su desarrollo, para evitar excesos, aunque no lleguen al nivel de maltrato, y (B) evaluadas en su éxito de manera objetiva, para evitar a quienes no obtienen resultados y sólo venden humo.

Pero debemos entender el éxito no solo como la consecución, eliminación o variación de uno o varios comportamientos, sino también, y especialmente, de los puntos anteriores: cómo se ha influido en la calidad de vida, el acceso a la felicidad, la imagen del animal y en el conocimiento de su especie.

La intervención profesional sobre el comportamiento de los animales no humanos debe hacerse de manera acorde al conocimiento científico de cada especie y adaptada para cada individuo concreto, así como mostrando el respeto, entendido como consideración de que el animal tiene un valor por sí mismo y no solo en función de su papel respecto a nosotros, y cariño, entendido como inclinación afectiva que reconoce su valor como individuo y busca su desarrollo saludable y feliz, del profesional hacia el animal con el que está trabajando.

Fijaos en todos y cada uno los ejemplos anteriores, fijaos que ninguno de los casos que he mencionado mejoraban la calidad de vida de los animales entrenados, más allá de conseguir unos trocitos de comida en el momento. No son intervenciones exitosas. No son intervenciones justas sobre el comportamiento, aunque se hagan de manera amable.