Dios está en los detalles (I): Formas sencillas de facilitar y mejorar el entrenamiento de la permanencia en adiestramientos de manejo.

Publicado el 5 de noviembre de 2013

Llevo tiempo queriendo hacer una serie de artículos sobre algunas pequeñas cosas que se pueden llevar a cabo en los adiestramientos para el manejo y tenencia (lo que se suele llamar “obediencias comerciales”) y que, en mi opinión, mejoran sustancialmente los resultados.

Y es que en muchas ocasiones mantenemos formas de hacer “tradicionales” casi por inercia, sin pensar en lo sencillamente que podrían mejorarse si incorporásemos de manera práctica a nuestro trabajo algunos de los conocimientos sobre perros que tenemos.

Uno de los ejercicios que más claramente muestran esto es la permanencia en quieto, al no ser particularmente complicado de enseñar no suele pensarse demasiado sobre ello. Sin embargo, todo lo sencillo que pudiera tener su entrenamiento se compensa por lo complejo que resulta su uso en la vida cotidiana: dejar a un perro quieto mientras entramos a comprar el pan puede ser muy arriesgado. Un buen motivo para revisitar y actualizar la manera de enseñarlo, además, siendo el nuestro un trabajo vocacional, siempre gusta ver nuevas formas de hacer las cosas.

El primer error que aún veo con frecuencia en el entrenamiento de la permanencia es terminarla llamando al perro a distancia, esta costumbre es herencia de los reglamentos deportivos y no aporta ninguna ventaja conceptual al trabajo y sí bastantes problemas. En un adiestramiento de manejo es vital que las permanencias sean tranquilas y seguras, para ello lo mejor es que el perro vea que su guía siempre vuelve a él para terminar el ejercicio, así podrá relajarse mientras estamos lejos de él, sabiendo que hasta nuestra vuelta no tiene que estar atento a nada más. Si le llamamos a distancia mantendremos al perro expectante a recibir nuestra señal todo el tiempo que esté quieto, impidiendo su tranquilidad y facilitando que pueda confundirse si hacemos o decimos algo fuera de lo normal durante la permanencia. No sería la primera vez que veo a un perro levantarse creyendo que su guía, por fin, le ha llamado por que saludaba a alguien que estaba al otro lado de la calle. Debería ser un norma de oro ir a buscar siempre al perro al entrenar las permanencias.

Otra herencia envenenada de los adiestramientos deportivos es la de enseñar al perro a permanecer tumbado en esfinge. Esta forma de tumbarse es muy difícil e incómoda de adoptar para algunos perros, exigiendo en todos los casos un nivel de tensión y atención sobre sí mismos que impide a los perros relajarse, algo interesante y valioso si estás compitiendo, pero que en el manejo cotidiano va contra la necesaria tranquilidad durante la espera. Yo siempre ladeo los cuartos traseros del perro para que repose más cómodamente, aunque muchos de mis perros han practicado adiestramiento deportivo y tienden a ponerse en esfinge, yo insisto en el entrenamiento lateral hasta que entienden que para permanecer quietos fuera de la pista tienen que ponerse cómodos ¡es como convencer a un dandy de que se tumbe en la hierba con su ropa nueva! Pero gracias a eso mi perra Ela, IPO III, pudo acompañarme en la cabina de pasajeros en uno de mis viajes a Chile: dieciséis horas tumbada y quieta a mis pies no eran viables en esfinge.

Los otros cambios que planteo son menos formales y más conceptuales, pero no por ello más complejos de implementar. Todos tienen por objeto asociar un estado emocional tranquilo y seguro al ejercicio, quizá el fallo más frecuente y fácil de cometer al entrenar las permanencias es asociar un estado emocional de inseguridad e incomodidad en el perro. Para el perro, que nos alejemos de él e incluso desaparezcamos de su vista, como la amada que parte en el tren en las películas, es algo potencialmente muy agobiante: tener que vernos impertérrito y quieto, sin acudir a nosotros llamado por su cariño, es duro, de hecho los protagonistas de las películas siempre terminan corriendo tras el tren, aunque sepan que solo disminuirá la separación durante un breve lapso. Es algo emocional, una característica de los mamíferos sociales: tienden a evitar la separación, es una buena opción para mantener la cohesión del grupo durante los largos lapsos de convivencia en los que no existe un objetivo colaborativo definido. Sentirse emocionalmente mal ante la separación y buscar la reunión es adaptativo.

La mayoría de fallos y correcciones a los perros durante la enseñanza de la permanencia son por levantarse para ir hacia un guía que se aleja de manera inexplicable para el perro, no parece muy justo trabajar así. Para evitarlo existen tres frentes sobre los que actuar:

  • La distancia: Debemos entrenar el ejercicio completo no alejándonos inicialmente más de tres o cuatro metros, así el perro puede aprender sintiéndose seguro y sin activar ningún mecanismo emocional de alerta. Todas las progresiones que comento en los otros puntos deben realizarse primero en esta distancia corta, cuando estén sólidamente construidas y el perro sepa lo que va a pasar y lo que se espera de él, podrá usar lo aprendido para tranquilizarse ante el aumento progresivo de distancia.
  • La atención: La conexión sensorial con el perro es un criterio muy importante en el entreno de la permanencia y debe tomarse en consideración, dejar de mostrarse conectado con el perro es difícil y estresante para él. La manera adecuada de hacerlo es construir primero el aprendizaje de alejarnos y volver manteniendo la mirada y la atención sobre el perro de manera continua, cuando esto está construido empezaremos a retirar la mirada manteniendo contacto sensorial con él hablándole, en adiestramiento C-E usamos el código de comunicación, el “muy bien”, que hace saber al perro que, aunque no le miro, seguimos conectados y juntos en y ante la situación. Progresivamente haremos desaparecer esta comunicación oral, pero habremos evitado el momento de riesgo emocional más importante: el de darnos la vuelta y desconectar nuestras miradas.
  • La manera de desaparecer de la vista del perro y aumentar el tiempo hasta nuestra reaparición: Evidentemente una permanencia de manejo para ser eficaz tiene que permitir que desaparezcamos de la vista del perro durante un tiempo, esto, nuevamente, es un momento de estrés y malestar social para el perro ¿Desaparecer? Una cosa es quedarse quieto ante un guía que no te presta atención, pero cuya presencia tranquilizadora es evidente para el perro y otra muy diferente es que salga de su campo sensorial «¿volverá mi guía? ¿tengo que quedarme aquí? ¿qué esta sucediendo?» Lo más natural es venir a buscarnos, no es un problema de aprendizaje, es una respuesta emocional involuntaria y muy potente ante la situación. Para aportar calma debemos aprovechar una de las capacidades cognitivas de los perros: la permanencia de objeto, los perros son capaces de hacer representaciones mentales sobre dónde están o estarán las cosas (y las personas) aunque no los vean. Por ello la mejor manera de no intranquilizar a nuestro perro es iniciar nuestra desaparición pasando por detrás de un obstáculo vertical de poca anchura, como un árbol: cuando lo rodeamos el perro nos pierde de vista por un momento, pero es capaz de proyectar que apareceremos en el otro lado, por lo que no se inquieta. Nuestra progresión será aumentando el tiempo que tardemos en “cruzar” el árbol, puesto que la expectativa de nuestra salida y la proyección mental de que estamos detrás del árbol, por tanto localizables y cercanos, permiten la tranquilidad del perro durante la espera. Nunca debemos iniciar nuestras desapariciones rodeando la esquina de un edificio u otro obstáculo que no le permita al perro proyectar dónde estamos o por dónde apareceremos, pues eso es un potente activador del malestar emocional y “tirará” del perro haciéndole levantarse para buscarnos. Solo cuando el perro tenga sepa que podemos estar fuera de su vista y tardar un tiempo en volver, pero que siempre lo hacemos, introduciremos este tipo de obstáculos, una vez más el aprendizaje previo será la herramienta para que el perro se calme y no active sus defensas emocionales ante nuestra desaparición. Y es que la cognición tiene aplicaciones prácticas inmediatas ;).

Como veis propongo una manera de entrenar la permanencia que no implica dificultades técnicas, ni cambios sustanciales, permitiéndonos mejorar nuestro entrenamiento tanto en resultados prácticos como en calidad emocional a través de pequeños cambios. Porque a veces, como decía Mies, “Dios está en los detalles”.

Comentarios:


  1. Fernando Velázquez Bologna - noviembre 5, 2013

    Excelente artículo. Fácil, práctico y muy entretenido.
    Particularmente lo más difícil que encuentro de la permanencia -llevado al plano práctico del día a día con mi perro- es reducir la expectativa que le provoca ese abrir y cerrar de puertas permanente que ocurre cuando yo he entrado en algún sitio y antes de que vuelva a salir son otras las personas que van y vienen, y que, en algunos casos, incluso lo llaman o se ponen a jugar con él.
    Entiendo que estas son variables de esas que no podemos controlar en un entorno tan cambiante e impredecible como la misma calle, y será cuestión de trabajarlas adecuadamente 🙂

  2. Mercedes Iacoviello - noviembre 5, 2013

    En este caso, el método funciona, y sabemos por qué. 😉
    Detrás de cada «tip» se intuye el iceberg de teoría que lo sustenta. I like it!
    Cariños desde Buenos Aires, M

  3. Vicente - febrero 14, 2014

    Qué razón tienes Mercedes…También opino lo mismo. Es lo que me tiene enganchado a este blog. Aprendiendo siempre con cimientos teóricos bien fundamentados…Es genial! 😀
    Un saludo,

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