El derecho de renuncia

Publicado el 16 de noviembre de 2016

 

Cata, Zedida de la Serralada, feliz de colaborar si eso implica jugar con nosotros y su palo.

Cata, Zedida de la Serralada, feliz de colaborar si eso implica jugar con nosotros y su palo.

Trabajando en el libro me encuentro con los seis puntos mínimos que consideramos necesario cubrir para emplear a un perro o a otro animal (o a un grupo de perros u otros animales) como socializadores, como «figurantes» en ITC destinadas a mejorar la gestión relacional del perro que es objeto de la intervención. Estos puntos son:

  • Medidas de seguridad
  • Elección del perfil adecuado
  • Derecho de renuncia
  • Evaluación emocional durante el trabajo
  • Duración y frecuencia de las sesiones
  • Medidas de recuperación y bienestar emocional

Y me comentan que podía ser de interés contar aquí qué es el derecho de renuncia y cómo velar por él. Pues vamos anticipando cosillas del libro:

Consideramos que el derecho de renuncia es un derecho fundamental de todo perro que participa en cualquier actividad cuyo objetivo es la mejora o beneficio de otro sujeto y no el suyo propio, como serían perros socializadores, perros de IAP, perros de trabajo deportivo y perro de utilidad principalmente.

El derecho de renuncia consiste en ofrecerle al perro a la posibilidad de abandonar las interacciones con los otros sujetos y/o las situaciones de trabajo en (1) cualquier momento que lo desee, (2) cuando le causa perjuicio y/o (3) cuando no le causa beneficios. 

El derecho de renuncia es una garantía necesaria para (1) la calidad del trabajo, para (2) la garantía del bienestar y seguridad emocional de los perros que participan en esta actividades y para (3) la práctica deontológica de la intervención profesional en el comportamiento.

Asumir y tutelar el derecho de renuncia de los perros no solo es relevante para los perros figurantes en ITC de gestión relacional, sino que debería ser una garantía obligatoria para todos los perros que realizan trabajos que no son para su propio beneficio, sino para el nuestro o el de terceros: sean perros de intervenciones asistidas, sean perros de trabajo deportivo, como los de IPO, OCI, Agility u otros reglamentos, o sean perros de utilidad, como los de rescate, búsqueda de sustancias o detección médica.

Definimos tres niveles de renuncia:

Renuncia momentánea

Llamamos renuncia momentánea a romper y abandonar la interacción o el contacto, sea visual o físico, con el perro con el que trabajamos o la situación de trabajo, separándose y aumentando la distancia con ellos.

Es muy importante dar siempre esta opción, porque el salir y entrar de la distancia de otros, alejarse en momentos tensos de, permite la gestión correcta de la situación para afrontarla después de la mejor manera posible. Los protocolos que no permiten el abandono momentáneo del perro no solo son poco respetuosos con ellos, sino que pueden provocar una tensión emocional acumulada que dificulte, ralentice o impida el progreso.

Renuncia a la sesión

La renuncia a la sesión es la retirada por parte de su guía del perro de la sesión en curso por causarle perjuicio de algún tipo.

Obviamente la decisión de dejar la sesión no está en manos, en patas, del perro, sino del guía. Para decidir la renuncia a la sesión debemos considerar que se dé al menos uno de los siguientes criterios:

  • Las renuncias momentáneas se dan en un número superior a las acciones proactivas de acercamiento/trabajo hacia el sujeto que se beneficia y/o es objeto de dicho trabajo.
  • Tras las renuncias momentáneas el estado emocional del perro es negativo y se mantiene negativo.
  • El perro evita activamente y de manera persistente el contacto con el sujeto que se beneficia y/o es objeto del trabajo.
  • El estado emocional del perro es negativo y se mantiene negativo durante el desarrollo de la sesión, aun cuando sea debido a motivos externos a esta.

Renuncia al trabajo

El perro debe poder renuncia a cualquier trabajo cuyo objetivo sea beneficiar a terceros cuando le cause perjuicios sistemáticos y/o no le produzca algún tipo de beneficio.

Aunque en los perros figurantes en la mejora de la gestión relacional no suele ser un problema la renuncia a su papel, en otras disciplinas sí lo es. Decidir que el perro no debe hacer algún trabajo deportivo, participar en intervenciones asistidas o realizar trabajos de utilidad es algo muy duro para su guía, que puede haberlo seleccionado cuidadosamente y preparado durante años. En estos casos la sensación de tiempo perdido, la negación del fracaso y el vértigo ante la perdida de la inversión de ilusión, tiempo y energía puede hacernos querer persistir en usar, y sería esa la palabra, pues objetualizaríamos por completo al perro, al perro para un trabajo que merma su bienestar y le resta posibilidades de acceso a la felicidad.

No soy en absoluto enemigo de estos trabajos, muy al contrario soy un defensor acérrimo de los perros de utilidad y del deporte con perros, creo que es algo que puede ser genial para ellos. Pero es nuestra obligación emplear para ello a (1) perros que obtengan beneficios de este tipo de prácticas y (2) técnicas que promuevan dichos beneficios. Cuando este tipo de trabajo les perjudica estamos usándolos únicamente para nuestro interés (o el de terceros), sea este del tipo que sea, por noble que parezca ante el público.

Existen varios criterios para que el guía sepa cuando debería dejar que su perro abandonase un trabajo:

  • Es usual que el perro deba renunciar a las sesiones, de acuerdo a lo expuesto antes. Si el perro desea abandonar más del treinta por ciento de las sesiones el trabajo está siendo nocivo para él.
  • El estado emocional de perro al iniciar el trabajo o realizar acciones directamente relacionadas con él, empeora sistemática y regularmente. Cuando las sesiones producen un estado emocional previo peor al basal del perro es trabajo es nocivo para él.
  • Tras el trabajo o de alguna otra manera relacionada directamente con él, el estado emocional del perro no mejora significativa y regularmente. Cuando el trabajo no produce un estado emocional mejor al basal el perro no está obteniendo beneficios, lo que no hace deontológicamente aceptable su participación en un trabajo diseñado principalmente para el beneficio de otro sujeto diferente al perro.

Por supuesto, antes de decidir que un perro abandone un trabajo, cuando empezamos a ver aparecer de manera preocupante alguna de estas pautas, podemos -y debemos- replantear la manera de trabajar y comprobar si con el cambio el perro empieza a disfrutar del trabajo, en cuyo caso podría continuar haciéndolo, pues con los cambios hemos logrado que disfrute y se beneficie de trabajar.

Pero si persiste el problema debemos respetar el derecho de renuncia del perro, porque como tutores es no solo nuestra capacidad, sino nuestra obligación. Cualquiera que considere que el perro, pese a lo que diga la legislación, es un sujeto con derechos debe asumir la obligación consecuente de velar por esos derechos, sin eso solo quedan las palabras bonitas y las frases de galleta de la fortuna compartidas en redes sociales.

#súmatealCOGNITIVOEMOCIONAL #diquequieresunarevolución #EDUCANlaterceravía

Comentarios:


  1. Vicky García - noviembre 16, 2016

    En relación al párrafo que dice:
    ¨Obviamente la decisión de dejar la sesión no está en manos, en patas, del perro, sino del guía. […]¨
    No veo porqué debe ser así, cuando podemos enseñar al animal a decidir cuándo abandonar la sesión. Mis perros pueden ¨interrumpir¨la sesión de trabajo simplemente tumbándose con su pelota en lugar de venir de nuevo hacia mi tras una liberación. No les retiro el premio (pelota) porque entonces no estarían decidiendo si quieren trabajar o no, sino que estarían ¨decidiendo¨ trabajar PARA conseguir la pelota, que no es exactamente lo mismo (¿podemos llamarlo coacción?). Ellos deciden cuándo quieren volver a interactuar conmigo y retomamos la sesión de trabajo. De forma similar no veo porqué no podríamos enseñarles un comportamiento que marque el final del trabajo del día. Por ejemplo llevar una toalla y enseñarles a ir a ella a cambio de un premio. Cuando el comportamiento está claramente establecido podemos simplemente dejar la toalla cerca de donde estamos realizando el trabajo con el perro. Si en algún momento el perro decide ir a la toalla (aunque sólo sea porque está confundido y no sabe lo que se espera de él y decide probar comportamientos que ya conoce), le daremos su premio e inmediatamente suspenderemos de forma definitiva esa sesión de trabajo. Tras varias repeticiones aprenderá que esa es una forma de finalizar la sesión de trabajo. No hay consecuencias negativas para el animal, e incluso, desde mi punto de vista, debemos seguir dándole su premio por realizar ese comportamiento para no corromper la libre elección.
    Si actuamos de esta manera el perro puede decidir el 100% de las veces cuándo finalizar la sesión de trabajo, no sería ya necesario pensar que si el perro abandona un 30% debemos pensar en retirarlo del trabajo…. al fin y al cabo la sesión de trabajo tiene que finalizar necesariamente en algún momento. Que sea el perro quien decide cuándo y no el guía no debería ser considerado ningún fracaso o motivo para dejar de trabajar con el perro en una siguiente sesión, a no ser que esta elección la haga el perro de forma consistente tan pronto en la sesión que no nos permita mejoras en su adiestramiento.

    • Carlos Alfonso López García - noviembre 16, 2016

      Muy interesante comentario, pero la opción de abandonar la sesión es del guía, que tiene que abrir la puerta, atar al perro e irse. Él no puede hacerlo, puede renunciar al trabajo y tú debes retirarle de la sesión cuando esa renuncia es continuada (o en las otras circunstancias descritas). El perro que va a la toalla no abandona la sesión, sino su trabajo en ella. Es una decisión dentro de la sesión. El abandono de la sesión también implica no estar en la situación de sesión, poder irse del sitio, y eso debe hacerlo el guía.
      Si te fijas en realidad es una cuestión de nomenclatura, para nosotros esa situación que defines es la renuncia momentánea (aunque dure el resto de la sesión), nosotros consideramos que cuando el perro es obligado a permanecer en el lugar de trabajo no hay abandono de la sesión, aunque pueda hacer lo que quiera. Y creemos que en muchos casos en imprescindible dicha posibilidad de irse. Piensa que en muchos trabajos el irse a su espacio puede ser la menos mala de las posibilidades, imagínate perros que están trabajando para rehabilitar a otros perros con problemas de agresión y acaban de sufrir un topetazo de estos, tener que permanecer en el mismo sitio cuando están abrumados no es suficiente, aunque no vuelvan a interactuar con él. Es desagradable e incómodo para el perro, es nuestra responsabilidad sacarle de allí cuando corresponda.
      Este es el problema de todas las tutelas, y el motivo de que existan: que el tutelado no es autónomo y depende de las decisiones de un tutor para garantizar su bienestar y acceso a la felicidad.

      • Vicky García - noviembre 16, 2016

        No me he debido explicar bien, cuando digo suspender de forma definitiva esa sesión de trabajo me refiero a llevarse al perro. Por lo tanto el guía evidentemente es el que acabará abriendo la puerta y conduciendo al perro a casa (lamentablemente aún no pueden conducir ellos, cosa que me encantaría), pero es el perro el que toma la decisión.

        • Carlos Alfonso López García - noviembre 16, 2016

          Bueno, nosotros ahí consideramos que el perro elige y el guía decide. Pero es un tema menor a nivel práctico. Más relevante es cómo esa decisión afecta a la manera de irse, y por eso también, a nivel práctico, tiene me parece mejor dejar la pelota conceptual del abandono de la sesión en el tejado del guía. Es más claro para lo que comento a continuación.

          Y es que la manera de abandonar la sesión debe ser emocionalmente saludable para el perro, eso es responsabilidad del guía, y no una menor. Creo que tiene que estar protocolizado y estandarizado, lo que es la parte que sigue directamente en el libro al texto compartido (que ya era largo para un post). Porque no vale que si el perro se espanta le abras la puerta para irse. De hecho al decidir el guía que el perro ha renunciado (el perro renuncia, pero es el guía el que decide) es también su responsabilidad y obligación como tutor el abandonar la sesión de la manera más conveniente para el perro: estabilizándole o recuperándole emocionalmente para evitar huellas emocionales y aprendizajes respondientes que pudieran mermar su salud emocional.

          Además quiero reseñar que el perro es siempre el que renuncia, en todos los casos descritos, es su derecho, pero no puede hacerlo efectivo en algunos niveles. Es ese momento en el que su guía debe ejercer la tutoría y garantizar que esa renuncia se hace efectiva, y además de la manera más segura y conveniente. No debemos quedarnos con el reduccionismo conductista que pueda creer que sólo esta renunciando cuando se aparta o deja de interactuar, también lo hace explicita y claramente cuando su estado emocional o bienestar se afecta de la manera indicada. Es nuestra labor evaluarlo objetivamente y hacer efectiva dicha renuncia.

  2. Hola, Carlos,
    Interesante reflexión… y necesaria. Me planteo una duda al respecto de la definición que expones del derecho de renuncia: «El derecho de renuncia consiste en ofrecerle al perro a la posibilidad de abandonar las interacciones con los otros sujetos y/o las situaciones de trabajo en (1) cualquier momento que lo desee, (2) cuando le causa perjuicio y/o (3) cuando no le causa beneficios.»
    Mi duda viene de la siempre subjetiva opinión de qué le causa al perro un perjuicio y que no, o qué le causa beneficios y qué no. Me explico: pongamos un perro tutor que nos ayuda en la socialización de perros cuyas habilidades sociales tienen puntos de mejora. Si el perro tutor es un perro seguro, con buenas habilidades sociales y de gestión emocional, en una sesión de trabajo, a pesar de que ésta esté muy bien organizada y protocolarizada, será difícil que pueda sacar beneficios de la misma o que no le pueda conllevar algún perjuicio (aunque éste puede ser temporal y/o de bajo impacto emocional). Ahí entiendo que entra nuestra labor de utilizar el sentido común y valorar la intensidad de dicho perjuicio y las consecuencias (si las hay) que puede tener en el perro para acceder al derecho de renuncia (y solo escribir las palabras «acceder al derecho de renuncia» hace que algo en mi interior tiemble). Aquí me preocupa que cada profesional puede colocar en un punto muy diferente de la escala cuándo el perro comienza a dejar de obtener beneficios y cuándo no, simplemente por diferencias de criterios (los cuales se ven afectados, aunque no queramos, por aspectos que tú mismo has comentado: la ilusión, el tiempo y la energía empleados en el trabajo de preparación del perro). ¿Qué opinas al respecto?

    • Carlos Alfonso López García - diciembre 2, 2016

      Hola tocayo,

      Bueno, la subjetividad es siempre un problema. Y en nuestro sector uno grave, porque efectivamente cualquiera puede hacer interpretaciones tremebundas para apoyar sus sesgos previos. Por ello, nosotros, lo que hacemos es determinar PREVIAMENTE una serie de evaluadores individualizados para cada perro y unas reglas de evaluación: tantos de estos, más tantos de estos… que siempre deben cumplirse. Así no desaparecen, pero se minimizan los sesgos, pues no depende del momento, de la decisión en caliente, sino que está parametrizado y normalizado previamente para cada perro. Esto implica que el rango de seguridad es mejor, aunque nunca completamente objetivo.

      Es la definición operativa previa de cuándo y cómo evaluar y actuar la única manera de reducir la subjetividad. Esto puede apoyarse con otras medidas, pero esta es la que se ha demostrado como más eficaz en todos los ámbitos que requieren valoración ponderada de la situación. Por eso hacen tanto daño los estupendismos y grandes declaraciones que no operativizan lo que pretenden defender.

      Más complicado es el que el perro disfrute, que se debe operativizar de igual modo. Pero se hace menos arduo si el modelo de entrenamiento hace que el perro disfrute de conocer nuevas personas o nuevos perros. También puede ser algo añadido a la sesión: puede suceder que el perro figurante no recibe perjuicio, pero no obtiene beneficios durante el rato de trabajo de los perros con problemas, pero después podemos dedicar media hora de nuestro tiempo profesional a ponerles divertidos trabajos de olfato u otras actividades con las que «pagamos» su participación previa en la sesión.

      Operativizando nuestros sesgos influyen, sin operativizar determinan. Trabajando con estructura podemos desviarnos de nuestro rumbo, trabajando sin estructura no hay rumbo.

      Es bueno señalar y ser conscientes de las limitaciones -que son muchas- de nuestras herramientas actuales para objetivizar lo que hacemos y lo que causamos, pero eso no debe hacernos renunciar a ellas. Antes bien, debemos usarlas con cuidado e ir mejorándolas día a día. El cambio de un modelo de trabajo intuitivo-místico a uno objetivo-científico es necesariamente progresivo, voluntario y consciente. porque se tarda en ir desarrollando la tecnología del comportamiento necesaria. Pero el cambio de mentalidad, la consciencia de que ese es el único camino real, sí que puede y debe realizarse de inmediato.

  3. Hola,
    Me ha parecido muy interesante además de útil este artículo. Me dedico a la educación canina desde hace relativamente poco y he adoptado un cachorro para dedicarlo precisamente a hacer de guía para la educación de otros perros. Sé que no es un trabajo fácil y que puede ser que al final no sea «apto» para desempeñar esta labor.
    Te agradezco la información y anotaré tu blog entre mis recomendaciones de lectura.
    Saludos.

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