El Toro de la Vega: unir y comprar a los peores, volvernos peores a tod@s.
Publicado el 15 de septiembre de 2015
Existe una unanimidad involuntaria en considerar a El Toro de la Vega como el peor ejemplo de crueldad de entre las muchas fiestas taurinas que existen en nuestro país.
Esto es porque todos sabemos o intuimos que en otras, además del dolor del toro, existen determinados componentes de riesgo, que los participantes usan para justificarlas, afirmando que exaltan algún tipo de valentía garrula y corta de miras, pero valentía al cabo. Pueden poner la barbarie en segundo plano y aducir la prueba de valor como motivo para su realización.
Y no es mala cosa verlo de este modo, porque permite, como han hecho inteligentemente algunas poblaciones, mantener la esencia de la prueba de valor sustituyendo, por ejemplo, a los toros de los encierros por grandes piedras rodantes, que permiten a los corredores pasar por riesgos sin tener que joderle la vida a ningún copartícipe involuntario.
Pero en El Toro de la Vega solo existe la crueldad.
Sin cercanía al toro, sin calles que limiten la movilidad de quienes participan, armados con largas lanzas, pinchándole a distancia segura mientras se gira a responder el lanzazo de otro, matando como lo hacen las hienas.
Sin riesgos.
En Tordesillas no existe épica de saldo a la que agarrarse. En Tordesillas lo que se ha vuelto una tradición es ser crueles. El Toro de la Vega ha desvestido la crueldad de esos leves barnices de valor y la celebra sin aguarla.
Así se ha conseguido hacer jauría sanguinaria de los peores de entre los tordesillanos, Tordesillas para su tradición solo quiere a lo más cobarde y miserable de cada casa. El Toro de la Vega selecciona de tal manera que ningún valiente paleto y corto de miras que desee probarse de una forma estúpida e irreflexiva pueda confundirse y acudir. Por eso no habrá nunca un Hemingway equivocado y especista para hablar de Tordesillas, por eso incluso quienes defienden la tauromaquia bajan la mirada y se avergüenzan de que exista El Toro de la Vega, porque les roba la coartada y les muestra lo que realmente hay debajo.
En Tordesillas lo que se disfruta es hacer sufrir muchísimo al toro, sin excusas ni peligro.
Romper a Rompesuelas poco a poco, paladeando, desde la segura distancia de una lanza, su miedo, su dolor y su incomprensión de lo que sucede. Esa es la tradición del Toro de la Vega.
Hoy los peores tordesillanos sólo quieren dolor, miedo y vino.
Notar cómo se agrandan las pupilas de Rompesuelas y se le agita respiración, cómo tropieza, sangra y sufre. Cómo disfrutarían los peores tordesillanos si además entendiese sus palabras injuriosas, sus risas cuando cae, la gratuidad de lo que sucede ¡¡Eso sí que les haría felices!!
Porque cuando se disfruta de la crueldad, cuando se convierte en tradición darle a los peores el regalo de hacer sufrir, el único límite es la legalidad, y que no nos extrañe que algún año, este mismo año, este mismo día, encendidos de poder y con el vino debilitando el recuerdo de la ley, los peores tordesillanos acaben cruelmente –no lo harían de otra manera- con la vida de algún activista contra el Toro de la Vega.
Por eso nos afecta tanto El Toro de la Vega, porque es una muestra descarnada de lo peor que se le puede hacer a los animales no humanos solo porque se tiene el poder de hacerlo. Esa facilidad, esa vaciedad de motivos nos radicaliza porque nos hiere, hiere nuestra condición como seres humanos. Porque la parte más importante de la justicia es odiar la injusticia, así sentimos odio hacia el Toro de la Vega sin poder evitarlo, porque es justo sentirlo. Aunque sentir odio siempre sea triste y siempre nos haga peores.
Y, puesto que la tradición ha aficionado a la tortura y unido en ella a los peores tordesillanos, se ha facilitado que también les gobiernen los más infames, siempre hay un Scar dispuesto a ser el rey con el apoyo de las hienas. Porque quien sabe que no puede convencer a los mejores confiará en comprar los apetitos más bajos de los peores, sabe que uniéndolos en la bajeza podrá dirigirlos.
Por eso José Antonio Gómez Poncela, su debilísimo y cobarde alcalde, sabe que sus peores vecinos le votarán si garantiza que podrán torturar dentro de la legalidad. Esa es su baza, todo un líder.
Pero aunque esto suene repetido, aunque sea tradición porque lleva tiempo repitiéndose, aunque se realiza cada año porque un pusilánime ambicioso prefiere ser alcalde que ser justo y los partidos prefieren mirar hacia otro lado, no vaya a salpicarles, aunque una patulea de los peores tordesillanos vuelva a avergonzar el nombre de su pueblo y a todas las personas de bien que allí viven, aunque repitamos una y otra vez estos argumentos y las protestas seguirá siendo la primera y única vez para Rompesuelas, seguirá siendo la última.
Y la de Rompesuelas será otra batalla perdida para siempre.
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