Tu perro piensa y te quiere obtiene su “certificado de buena ciencia”.

La revista on-line “Ciencia Cognitiva”, la más importante de la red en castellano de entre las dedicadas a la cognición, acaba de publicar nuestro artículo de reseña y análisis sobre el libro “Tu perro piensa y te quiere”.

Esto es un exitazo que avala y reconoce la calidad científica expuesta en el texto y un auténtico hito, porque según me dicen (pero no he sido capaz de comprobar) es el primer libro sobre entrenamiento canino escrito en castellano que lo consigue ¡en toda la historia!

Pero veamos qué significa esto exactamente.

En ciencia existen mecanismos consolidados para validar la calidad y consistencia de las propuestas, esta es una de sus grandes ventajas. Se modera así el entusiasmo de la gente al comunicar sus ideas o hallazgos, puesto que cuando los someten a estos mecanismos reguladores saben que sus palabras y afirmaciones serán medidas con severidad y no se permitirán excesos.

La medida más frecuente y usual para dar garantías de que lo que dice un autor es sólido y no una mera especulación es la publicación en revistas científicas con revisión por pares. Este mecanismo es muy sencillo: se envía el trabajo a la revista, pasa un primer filtro, el de los editores de la revista, que deciden si el artículo es publicable por tres criterios: (1) está referido al ámbito de la ciencia a la que se dedica la publicación, (2) tiene algún tipo de interés científico y (3) aparentemente está basado en pruebas científicas serias.

Después de pasar este primer corte llega el proceso de revisión por pares propiamente dicho: primero el trabajo es enviado a un revisor que es un científico especialista en el tema que toca el texto. Esta parte es la más dura, puesto que el revisor exige que todo lo que se afirma esté probado científicamente y lo desmenuza para comprobarlo: puede rechazar el manuscrito como poco sólido, especulativo, incoherente o insuficientemente valioso. Aún cuando no lo rechace, lo más frecuente es que pida al autor más pruebas científicas que las que aporta inicialmente, por parecerles insuficientes. También pueden rebajar las afirmaciones que hace el autor en el texto, exigiéndole que no dé por probado lo que es una suposición o una posibilidad entre varias. Esta es la fase en la que más trabajos son rechazados. No es nada fácil superarla.

El primer revisor de nuestro trabajo, que hilaba muy, muy fino, encontró un tema que no habíamos documentado suficientemente: las diferencias comportamentales y de activación entre las conductas cuando están en aprendizaje o cuando se han convertido en hábitos (páginas 76 a 78 del libro). Nos exigió que aportásemos bibliografía concluyente en este punto o se rechazaría el artículo. Afortunadamente disponíamos de las referencias necesarias, las presentamos y el texto se aceptó (¡uff!). Aunque parecía que en la extensísima bibliografía que incluimos en el libro no se nos había escapado nada, ese fleco sí estaba colgando. Obviamente los artículos que comento serán incluidos en las próximas ediciones de “Tu perro piensa y te quiere”.

Cuando el texto ¡por fin! ha sido aceptado por el revisor especialista, pasa la revisión de un científico no especializado en el tema del artículo. Esta revisión debe garantizar que el artículo pueda ser entendido por personas con formación científica, pero sin necesidad de que sean especialistas en el área concreta a la que se refiere el artículo. Por ejemplo, cualquier psicólogo a biólogo no especializados en comportamiento animal debería entender con facilidad un artículo dedicado específicamente al comportamiento social de los perros que haya sido escrito por especialistas en ese tema. En ciencia es casi tan importante comunicar eficazmente como hacer nuevos descubrimientos. Esta revisión la pasamos sin problema 🙂

Cuando se superan estos filtros y finalmente se publica el artículo se ha garantizado que es sólido y acorde con las pruebas científicas existentes. Se puede estar de acuerdo o no, porque en ciencia a veces existen diferentes visiones sobre los fenómenos, pero los lectores estarán seguros de que lo escrito no es la “fantasía” del autor: cuando algo se publica en una revista científica con revisión por pares se tiene la seguridad de que no le han dejado “vender la moto”.

Alguien podría pensar que en las reseñas de libros la revisión es más tolerante: todo lo contrario, cuando el artículo se refiere a un tema que directamente contribuirá a que su autor obtenga beneficios, como en la venta de un libro, es cuando se ponen, con razón, más exigentes y tiquismiquis. Ninguna revista científica quiere ser usada como trampolín para la venta de productos, estos textos, que tendrán efectos publicitarios directos, provocan suspicacia y son aceptados en muy pocas ocasiones, porque los criterios de exigencia son llevados a su máximo extremo.

Y además el título no ayudaba nada, “Tu perro piensa y te quiere”, es (voluntariamente) muy, muy comercial, porque buscábamos dos cosas: “oficializar” el eslogan que EDUCAN sacó en los noventa y hacer una auténtica declaración de principios sobre nuestras premisas de entrenamiento. Bueno esas dos y, of course, vender libros. Pero afortunadamente los revisores científicos leen todo el texto antes de opinar sobre su seriedad, no juzgan a un libro por su portada… o por su título ;-).

La reseña de “Tu perro piensa y te quiere” ha logrado superar con éxito todos estos filtros y suspicacias, estas exigentes revisiones y análisis.

Me gusta haber pasado por la tensión e inseguridad (que han sido muchas) de las revisiones, hace que uno aprenda a pensarse muy bien lo que dice y cómo lo dice. Ahora sé que mi primer libro no hubiera superado este proceso. Agradezco que los revisores hayan diseccionado todo hasta encontrar los pequeños fallos y los hayan revelado, eso me permite corregirlos.

Y me gustaría que todos los que exponemos nuestras ideas sobre entrenamiento pasáramos por estos procesos que no sólo validan, en caso de merecerlo, nuestras propuestas, sino que evitan las ligerezas, las exageraciones y la posibilidad de que estemos escribiendo con redes de humo, para adormecer el sentido crítico y envenenar con sectarismos a quienes confían su valioso tiempo de lectura a nuestras obras.

Porque la ciencia es demostrar y exponer, nunca amordazar o intimidar.

¿Fallar o acertar?

Antes que según la escuela de adiestramiento que sigan, que el tipo de estímulos que usen o que la modalidad de adiestramiento que practiquen yo divido a los adiestradores en dos grupos: los que entrenan los perros para no fallar y los que entrenan los perros para acertar.

Desde ya quiero aclarar al lector que soy un firme defensor de trabajar a los perros para realizar la conducta correcta y no para evitar fallos, además como durante años trabajé de la manera contraria tengo la firmeza de los conversos en este tema.

Hay bastantes más adiestradores entrenando para que sus perros no fallen, el error nos parece peligroso y se oyen frases como “no dejes que tenga opción de fallar, así no aprenderá incorrectamente”. Esto además tiene mucho que ver con lo nerviosos que nos pone ver al perro haciendo mal una de las acciones que estamos entrenando.

Evitar que el perro se equivoque es la prioridad para muchos adiestradores. Así pues nuestra energía y atención se ponen en localizar errores y encontrar técnicas que los bloqueen, impidan o corrijan. El acierto termina sucediendo más por las cosas que el perro no hace que por las que intenta de forma activa. Las sesiones están dedicadas a crear “situaciones seguras” de entreno, a cerrar puertas, a limitar opciones…

Pero esta forma de adiestrar conlleva varios problemas:

El primero es que, al cabo de un tiempo entrenando así (y vuelvo a recalcar que no estoy hablando de trabajos únicamente en negativo, muchos adiestradores positivos, cognitivos y de toda índole tienen esta visión), el perro, que no es tonto, se da cuenta y su atención voluntaria se enfoca en localizar lo que no debe hacer, volviéndose más eficaz en dejar de hacer cosas que en hacerlas. Es el esquema general de trabajo que le hemos creado, no nos debería parecer mal.

Emocionalmente es más agotador, recordemos esas películas con un joven y prometedor deportista al que su bienintencionado pero exigente padre/entrenador/agente le recalca cada error que comete hasta que deja de disfrutar de su deporte y decide marcharse con su chica a poner una granja en Idaho, mandando al carajo deporte y exigidor (a pesar de las buenas intenciones y sincero amor de este).

Como nuestros perros es poco probable que puedan marcharse a poner una granja en Idaho en el caso de que estén hartitos de entrenar con nosotros, debemos tener cuidado y asumir como nuestra responsabilidad que el perro no se sature emocionalmente, lo que no debe confundirse con no exigir implicación y esfuerzo al perro. Pero incidir en los errores genera inseguridades y agotamiento emocional en el perro ¿cómo nos sentiríamos nosotros yendo a un trabajo en el que sabemos que nuestro jefe nos va a decir TODOS LOS DÍAS que lo hemos hecho mal o que tengamos mucho ojo de no hacerlo mal? Así no se construye seguridad, implicación ni equipo.

Además aunque inicialmente es más fácil entrenar al perro para no fallar (es más rápido aprender a no hacer que a hacer), al cabo de un tiempo nos daremos cuenta de que existen tantos fallos posibles que toda nuestra vida no será suficiente para entrenarlos todos, sin embargo conducta acertada sólo hay una en cada caso: a la larga es muuucho más cómodo y sencillo para el perro y para el adiestrador centrarse en ella.

En mi opinión es muy importante construir la cabeza del perro para acertar, para ello debemos tolerar fallos inicialmente e informar al perro de ellos sin preocuparnos. El error es parte necesaria de un aprendizaje activo. Nuestra atención debe estar en los aciertos porque así la del perro también lo estará.

Cuando esto sea sólido, cuando el perro trabaje para hacerlo bien y su esquema mental esté construido podremos darle mayor importancia a corregir los fallos que puedan surgir sin que suponga ningún problema.

Enseñar al perro a alejarse.

Sin duda la conducta más importante para tener un perro con una buena calidad de vida es la llamada.

Que el perro acuda consistentemente y pese a estar distraído o entretenido nos permite soltarle para que juegue con sus amigos o corra y explore en el campo.

En este artículo no hablaré de cómo llegar a una llamada consistente, sino de algunos riesgos que corremos, sobre todo los adiestradores, al entrenar “bien” la llamada y de cómo preparo yo a mis cachorros antes de iniciar la llamada para evitarlos.

Hace muchos años Jaime Parejo y yo teníamos mucho contacto. Jaime es un gran adiestrador y una persona a la que quiero mucho, en ese momento estaba elaborando el libro que le granjearía el reconocimiento mundial: “El método Arcón” y, como es lógico, hablábamos mucho de su trabajo.

Jaime definió como “efecto yo-yo” la tendencia de algunos perros a volver hacia su guía cuando llegaban a una lejanía determinada. Había observado que este problema viene por el exceso de trabajo de la llamada y que es muy nocivo para el perro de rescate porque merma enormemente su autonomía de trabajo.

La verdad es que Jaime tenía razón, una gran parte de los perros de adiestradores no eran capaces de alejarse más allá de un punto de su guía.

Mi interés siempre ha estado más en buscar los por qués generales de la conducta de los perros y cómo aprovecharlas que en el diseño de técnicas concretas, y desde esta óptica analicé el fenómeno.

Me di cuenta de que, hasta ese momento y de forma inconsciente, yo consideraba que este era un efecto beneficioso: es el perro el que se preocupa de estar cerca de su guía. Pero al reflexionar sobre ello cambiaron mi opinión, mi manera de entrenar las llamadas y, en general, mi manera de tener perros. Además de mi cariño Jaime siempre tendrá mi agradecimiento por hacer que me fijara en esto, gracias a él mis perros son más felices.

Los perros que muestran este “efecto yo-yo” no disfrutan tanto de sus exploraciones por el campo, no hacen un ejercicio igual de expansivo y liberador de estrés, no pueden dar total libertad a sus patrones motores innatos. Este es un problema común en los perros de profesionales (y lo era en mis perros), permanecen siempre pendientes de sus guía y necesitan que estos les den indicaciones de qué hacer para poder divertirse, si por casualidad salen persiguiendo un conejo luego vuelven agobiados porque al terminar la persecución se han encontrado lejos del guía y esto les causa malestar. (Otros perros tienen el problema contrario: se lo pasan como grajos en el campo, pero vienen más o menos cuando les apetece, eso lo comentaré en otro momento.)

En razas activas la posibilidad de correr libres y de explorar amplias zonas es determinante para alcanzar una situación de bienestar, ya hemos superado la visión de la salud como ausencia de enfermedad: es más importante alcanzar bienestar, que el perro se desarrolle como perro feliz más que pensar sólo en evitar el estrés o la ansiedad.

Así ahora lo primero que enseño a mis cachorros no es a venir sino a alejarse, a separarse de mí, a disfrutar de sus paseos al máximo. Los cachorros son muy permeables y es una etapa en la que es muy fácil que los adiestradores los hagamos demasiado dependientes pues también a nosotros nos cuesta sacar a los perros sin ponernos a entrenar algo, y luego los perros no se hayan cuando no están haciendo algo con nosotros.

Es bien cierto que mis condiciones de vida me permiten que entrenar al perro a alejarse sea fácil: en primer lugar la puerta trasera de mi casa sale directamente al campo y en segundo lugar mis perros adultos que ya tienen construida esta conducta ayudan a que el cachorro se aleje al acompañarlos en sus exploraciones. En esta etapa nunca hago nada que potencie la dependencia: no me escondo para que se preocupe por dónde estoy, no le felicito cada vez que se me acerca voluntariamente, sólo paseo y le dejo que se dé cuenta de lo divertido e interesante que es todo: olores, sonidos. Que vea lo bien que se siente cuando corre, salta y aprende a usar su cuerpo. Que haga cosas de perro con mis otros perros, que aprenda que, en el campo, los compañeros más divertidos son mis otros perros y no yo.

Casi parece un contra-decálogo de lo que algunos textos aconsejan para enseñar la llamada a un cachorro, y sin embargo estoy particularmente contento de mi trabajo de llamada, de hecho es lo que más gusta e interesa a otros colegas cuando lo ven. Los perros acuden consistentemente, sin esperar más refuerzo que el social y cuando los libero vuelven a correr y explorar sin quedarse atentos a mi por si hay otra llamada, pero cuando les vuelvo a llamar vuelven a acudir de igual manera.

Por supuesto he comentado que mis condiciones son muy facilitadoras, pues puedo entrenar en una zona segura y sé que al llamar a mis otros perros estos acudirán y el cachorro vendrá con ellos.

Como siempre he pensado que si conocemos cómo funciona algo -aunque sea algo negativo en general- le podremos sacar partido en el adiestramiento, aunque evito que mis tengan ese «efecto yo-yo»  permanentemente empleo una técnica que me permite activarlo a voluntad: como no siempre paseo por el campo y a veces es necesario limitar la distancia de los perros por seguridad, he creado un código con mis perros: si deseo limitar su radio lo que hago es llamarlos diez o doce veces seguidas nada más empezar la salida cuando alcanzan la distancia que he decidido, cuando inicio una salida con este trabajo los perros saben que deben mantenerse en este radio y así puedo sacarlos por diferentes lugares con seguridad. Pero nunca hago este trabajo hasta que he completado la llamada sin dependencia.

Si potenciáis que los cachorros se alejen, exploren, tengan conductas expansivas conseguiréis un máximo de disfrute de las salidas: de ellos que pueden ser y actuar como perros con mayúsculas y vuestro al poder verlos en su máxima expresión. Un perro sin autonomía es un perro menos feliz.

Consolidar fallos.

Es un error muy común en adiestradores de todos los niveles consolidar algunos fallos o incorrecciones junto a conductas que hemos enseñado.

A veces nos sorprende lo fácil que resulta variar una conducta adiestrada que es adecuada y sin embargo lo complicado que es hacer lo mismo con una pequeña incorrección.

Esos estáticos lentos, imprecisos o avanzando, esos juntos cruzados/adelantados/retrasados… ¿por qué es tan difícil mejorarlos? Parece que cuando algo sale bien desde el principio no hay problemas en modificarlo, sin embargo cuando se tuerce de primeras… ¡es para echarse a temblar!

Lo cierto es que (como suele pasar en adiestramiento) la culpa casi siempre es nuestra, en este caso sucede por dos motivos:

El primero es la técnica inicial de enseñanza, al principio del adiestramiento debemos tener en la cabeza cuál es nuestro objetivo final y no admitir inicios que sean incompatibles con él. Es normal que los adiestradores sintamos ante el perro virgen la ansiedad del escritor ante el folio en blanco, ¡queda tanto por hacer hasta llegar a presentar el trabajo! y, cuando las cosas no van como esperamos, fácilmente admitimos cualquier salida para conseguir la conducta y evitar “atascarnos” en tal o cual ejercicio. Sobre esto ya he comentado algo en otro artículo (“Quitar y no poner”), pero añado aquí que debemos pensar en cómo va a influir nuestra sesión de hoy, no en la de mañana, sino en la de dentro de dos o tres años, cuando el grueso del trabajo del perro esté montado, lo que estoy haciendo hoy ¿me va a estar dando trabajo para “limpiárselo” de la cabeza al perro? Por ejemplo, si deseo que el perro aprenda a tumbarse hacia atrás para que dé más impresión de velocidad y que no avance en las posiciones y le empiezo confirmando por tumbarse pasando antes por sentarse (dos tiempos) eso va a trabajar contra mi objetivo final, merece la pena esperar más por tener el tumbado que realmente me conviene. Será más valiosa una aproximación al tumbado hacia atrás que una ejecución completa del tumbado incorrecto.

Hay un segundo problema, mucho más importante que el anterior, pues aunque hayamos enseñado alguna acción de manera incorrecta no debería ser un problema mejorarla hasta darle la forma adecuada, bastará con reforzar sólo las repeticiones más cercanas a la perfecta. Pero cuando una conducta se nos “atranca” lo normal es que hagamos un programa de entrenamiento perfecto para consolidar el error: Venimos de ver (o incluso de participar) en una prueba y con el subidón decidimos que no vamos a admitir más ese junto cruzado, y nos ponemos a entrenar sin reforzar las repeticiones incorrectas. Una semana después nos pueden pasar una o varias cosas: nos entran las inseguridades, tenemos lío de trabajo o familia, queremos enseñar otra acción al perro… total que nos decimos que el junto puede pasar como está y volvemos a darlo por bueno con incorrecciones. Pero vamos a un seminario y nos muestran una técnica que va como anillo al dedo a nuestro problema, nuevo subidón, otra semana sin reforzar ni un junto cruzado, como la mejora no va rápida al tiempo se repite la vuelta a las concesiones, a pensar que hay juntos peores, que Fulanito gano un mundial y también tenía el junto cruzado (sí, pero ¿el resto lo tenemos igual que Fulanito?)… Y este ciclo se repite una y otra vez. En realidad lo que sucede es que estamos reforzando el junto incorrecto de forma variable y con ello dándole mayor consistencia que a las acciones correctas, que solemos reforzar de manera más continua, lo que las hace menos resistentes a ser modificadas. Por eso no progresa cuando intentamos mejorarlo.

Si trabajas única o principalmente con procesos de condicionamiento no debes poner nunca una conducta en un programa de refuerzo variable hasta que sea la ideal, pues se hará más sólida y fija, muy difícil de modificar. Algo que se olvida con frecuencia y de lo que debería alertarse a quienes empiezan, sin embargo sólo lo he oído comentar durante seminarios a dos personas: Carlos Bueren y Javier Moral, creo que es una cosa que nos debemos apuntar todos los que impartimos formación.

Quitar y no poner.

Situación: Un adiestrador está enseñando el sentado a un perro, son las primeras sesiones para el perro, quizá incluso la primera.

El adiestrador ha decidido usar una técnica concreta que conoce y maneja con soltura para enseñar el sentado, puede ser con clicker, guiándolo con un premio de comida, manipulándolo hasta que queda sentado… da igual. El caso es que el perro se sienta, ¡bien!, la cosa parece que avanza.

Pero al cabo de unas repeticiones el adiestrador se da cuenta de que el perro se levanta casi al segundo de haberse sentado, ¡qué fastidio!, probaremos unas cuantas veces más a ver cómo va. Nada, se sigue levantando. Vaya, vaya, pues habrá que solucionar esto, a ver si con esta ayudita… parece que se mantiene. Vale, vamos al tumbado.

Otra vez lo mismo, el perro se tumba, responde a la técnica pero no permanece tumbado, el adiestrador recuerda una técnica que vio en un seminario, el seminario no le gustó demasiado, no cuadraba mucho con su visión del adiestramiento, pero esta técnica concreta le parece que aquí puede ir bien ¡bingo! Se queda tumbado.

El adiestrador de nuestra historia está cometiendo uno de los errores que creo que son más comunes en la etapas iniciales del adiestramiento: está sumando y no restando. Se ha hecho la pregunta incorrecta, ha pensado ¿qué hago para que se quede sentado? En lugar de pensar ¿por qué no se queda sentado?, ¿qué hace que se levante?

Si el perro ha recibido el trabajo inicial y se sienta es que estamos en el buen camino, pero ¿por qué se levanta tan rápido?

Para que un perro actúe tiene que suceder algo en el plano físico (suelo incómodo, dolor…), mental (el perro cree que debe moverse para conseguir algo…) o emocional (el perro está sobreexcitado, se siente inseguro…).

Cuando se inicia un adiestramiento se están poniendo las bases de cómo entenderá el aprendizaje y el trabajo en equipo el perro, le estamos indicando qué esperar de nosotros y qué esperamos de él.

Si empezamos a sumar técnicas que no tienen ningún denominador común estamos poniendo “parches”
. El adiestrador hace un trabajo de apaga fuegos: aquí tengo un problema y aplico cualquier cosa que me lo solucione. El perro puede aprender la conducta pero no un esquema general de aprendizaje. Nada de lo que aprende así ayuda a sostener lo anterior ni lo posterior.

Cuando el adiestrador se da cuenta de que el perro se levanta del sentado no debería pensar en la técnica para conseguir que se quede sentado sino en por qué se levanta el perro. Si el perro está sentado ¿qué le impulsa a levantarse rápidamente? Eso es lo que debemos localizar y quitar para ir construyendo unos cimientos de aprendizaje sólidos y consistentes que nos puedan llevar a una progresión continua.

En una primera etapa es más importante que el perro aprenda los códigos de comunicación, el “idioma” del adiestramiento, que las conductas o habilidades que se entrenan. De hecho en una primera etapa las conductas que entrenamos son más bien los vehículos para transmitirle dichos códigos de comunicación. Por supuesto estos códigos variarán de un tipo de adiestramiento a otro e incluso entre dos adiestradores de la misma escuela.

Si estos códigos no se transmiten con claridad el trabajo siempre se resentirá en el largo plazo, además de que nos puede dificultar enseñar algunas acciones complejas o muy afinadas.

Y sin embargo en esta primera etapa es cuando más fácilmente los adiestradores caen en “trampas” que dificultan el aprendizaje de cómo aprender. La principal de estas trampas es la excesiva preocupación por conseguir la conducta correcta. Cuando esto sucede muchos adiestradores empiezan a pensar en qué hacer para que el perro realice la conducta, y en muchas ocasiones aplican técnicas que no son compatibles con los esquemas de aprendizaje y trabajo en equipo que desean usar habitualmente con el perro.