Por qué no me gusta el término «leer a los perros» (II)

Pero «leer CON el perro» sí que me gusta 😉

El post que puse ayer ¿Leer a los perros? Not my cup of tea, en el que hablaba de que no me gusta el término leer a los perros y considero que tiene efectos nocivos, ha tenido algunas respuestas interesantes, tanto en el blog como en mis redes sociales, que requieren una respuesta detallada.

Comenta Chema sobre mi antipatía al término leer a los perros lo siguiente:

“Bueno, pues dentro de mi ignorancia infinita, m encuentro con que la quinta acepción del verbo “leer” según la RAE es: «Descubrir por indicios los sentimientos o pensamientos de alguien, o algo oculto que ha hecho o le ha sucedido». Luego, lingüísticamente hablando, ¿estaría correcto?. Un saludo”

Creo que es una observación muy interesante, porque contiene lo necesario para desgranar los argumentos que me llevan a opinar que: sí, pero no.

O sea, que sí es correcto, pero no creo que deba usarse.

Eso sí Marcos, cuando las explicaciones detalladas entran por la puerta, la brevedad sale por la ventana. Lamento dejar el laconismo del primer post que tanto te había gustado. No se puede tener todo.

Empezando por la conclusión: no creo que sea exactamente (y después me explico) incorrecta la expresión leer al perro, creo que es inadecuada. Que no me gusta, vaya. Porque, en mi opinión, es correcta del mismo modo que lo es amo, puesto que poseemos legalmente a los perros, que no tienen el estatus legal de sujetos, sino de objetos. Nadie puede negar la corrección literal de la expresión amo, pero lo cierto es que cuando se considera a los perros como sujetos y no como a objetos es difícil que guste, y será probable que se prefieran otras expresiones que, siendo también correctas, acoplen mejor con la forma en la que vivimos nuestra relación con los perros.

Por eso digo en el post que no me gusta, no que sea incorrecta.

Para ver porqué no me gusta debemos desplegar el motivo de que antes haya dicho que no es “exactamente” incorrecta.

Y es que, como bien citas en el significado de la RAE, la “lectura” del otro no hace referencia a la recepción de información intencional, directa y expresa, sino a “descubrir por indicios” y después a “algo oculto”. Ahí es donde está el problema.

Los indicios son, según los dos significados de la RAE (los paréntesis y negritas son míos):

  • Fenómeno que permite conocer o inferir la existencia de otro (fenómeno) no percibido.
  • Cantidad pequeñísima de algo, que no acaba de manifestarse como mensurable o significativa

O sea, que hace referencia a (1) leer esas señales sutiles que implican algo subterráneo que no se muestra y/o que nos (2) permiten descubrir que sucede algo con el perro que no vemos de manera expresa.

Ahí esta el problema. Por eso tampoco creo que sea exactamente correcta.

Si consideramos que son los indicios los que deben llevar el peso de la comunicación mal vamos (este es un tema que trate extensamente en Tu perro piensa y te quiere).

Claro que es conveniente leerlos, pero como fuente secundaria: lo primero debería ser atender a la información que se nos trasmite de forma intencional y expresa. Y potenciar que el perro use y busque usar cada vez más esa comunicación voluntaria para decirnos cómo le hace sentir lo que sucede y hacemos, con lo que cada vez sería menos necesaria la lectura de indicios como fuente principal de información sobre cómo va la relación.

Los indicios, como dice la RAE, se leen, las comunicaciones directas se escuchan. Y creo que debemos leer menos y escuchar más a los perros.

Porque si alguien me dice claramente “me molesta/gusta eso que haces” no necesito leer indicios sutiles de que está a gusto/disgusto. Y esto los perros lo hacen, lo pueden hacer, con su señalética social voluntaria.

Por eso para mí el trabajo ideal ofrece al perro una situación en la que puede, y sabe que puede, expresarse con claridad, en la que no necesitemos los indicios como fuente principal de información. En la que lo importante sea escucharle, atender a la información expresa e intencional que nos envía, y no leerle, fijarse en los indicios sutiles e involuntarios que da.

Veamos unos ejemplos:

¿Si el perro me trae el juguete y me lo pone a los pies debo leerle o más bien escucharle?

¿Cuándo se tumba conmigo en el sofá y da con la cabeza en la mano para que le acaricie debo leerle o más bien escucharle?

Esto no quiere decir que no convenga, además atender y reconocer los indicios:

Debo leerle cuando gira 22 grados una oreja y eso me muestra que está a otra cosa.

Debo leerle cuando su forma y lugares de descanso varían y eso implica una modificación de su estado de bienestar.

Porque reconocer los indicios y actuar de acuerdo con ellos es una muestra de calidad de un buen entrenador.

Pero estas lecturas deberían ser la salsa en el plato, y no su componente principal.

Si la forma de hablar de alguien expresa que la salsa es la base de su cocina, y nunca alude a la importancia de la calidad del ingrediente principal no seré yo quien vaya a comer a su restaurante.

Así pues, resumiendo, creo la expresión es correcta, pero no del todo, porque pone el foco en los indicios, que son involuntarios, y no en la comunicación voluntaria, expresa e intencional. Que es donde creo que debería estar.

Por lo anterior no me gusta, aunque sea (prácticamente) correcta la expresión leer al perro como elemento principal de la calidad de un entrenador y prefiero escuchar al perro.

¿Entonces todo esto es una cosa de esa mierda del lenguaje políticamente correcto?

Ahora se me podría hacer una objeción razonable ¿no es esto cogérsela con el papel de fumar de lo políticamente correcto?

Esta crítica es aparentemente lícita, porque en varias ocasiones yo mismo he denunciado que está apareciendo un lenguaje cursi y absurdo dentro del mundo del perro, que me parece que dificulta la comunicación técnica (entre profesionales, no con los perros) sin aportar beneficio alguno, incluso resultando perjudicial.

La base está en que yo creo que las cosas deben hacerse –decirse/escribirse en este caso- por algo, con un objetivo, cuando una expresión solo resulta más “bonita” y no evita un rumbo de pensamiento nocivo no debería adoptarse, por eso no comparto cosas como usar las palabras peludos, cuatro patas, perrihijos en lugar de perro, que no tiene ninguna connotación negativa, ni implica un rumbo de pensamiento objetualizador, especista ni peligroso o nocivo en ningún sentido para ellos.

E incluso voy más allá, tampoco me gustan los eufemismos que facilitan acciones graves, odio cosas como dormí al perro. Ni siquiera me gustan los términos eutanasia ni sacrificio, pues tienen un tono positivo que suena demasiado bien y parece facilitarnos en demasía tomar la decisión unilateral de acabar con una vida, de matar a un individuo que es, que habrá sido, irrepetible y que no volverá a sentir ni a interactuar con el mundo. Una personalidad que se borra, una manera única de actuar que desaparece. La muerte es terrible, y es terrible nuestro poder de decisión sobre la vida de los perros, y ya sucede que a veces nos pesa demasiado nuestro sufrimiento o incomodidad -no creo en absoluto en esa idea generalizada de que normalmente somos muy generosos matándoles para evitarles sufrir, antes bien creo que esta decisión suele tomarse demasiado rápido- si le sumamos palabras bonitas me parece que subimos demasiado el riesgo de tomar una decisión precipitada. Yo siempre hablo de matar, lo que creo que elimina sesgo positivo, pero entiendo que en textos técnicos sean correctos, al fin y al cabo eutanasiar es provocar la muerte para evitar el sufrimiento, pero aún así mi postura personal es preferir la palabras más duras en estos casos.

Entonces ¿cuáles son las consecuencias nocivas que veo en la expresión leer al perro?

En mi opinión son tres:

1 Desvío del foco de atención de lo prioritario. La más grave a nivel técnico.

Si nos centramos en los indicios, si les damos el primer lugar como elemento valioso para la interacción con el perro, secundarizamos el atender, promover y escuchar la comunicación voluntaria e intencional del perro, que debería ser la prioridad comunicativa. Esto es lo que he expuesto al principio en detalle.

2 Objetualización de la relación. La más grave a nivel relacional.

El enfoque en la lectura de indicios, en descubrir y aprovechar las intenciones y deseos del otro a través de su comunicación no intencional, le objetualiza. Porque buscamos cómo manejarle y actuar sobre él de acuerdo a lo que no ha expresado voluntariamente.

Aquí reconozco que influye bastante mi feminismo (sí, además de animalista soy feminista, así pongo más fáciles las descalificaciones ad hominem), y es que esta visión de lectura de indicios, de “expertos lectores de indicios” es lo que ha propulsado la existencia y fama de elementos tan repugnantes como Alvarito Reyes, que se dedica a explicar cosas como que si una chica al decirte “no quiero ver tu puta cara en el resto de mi vida, baboso de mierda” –comunicación clara, expresa e intencional- se inclina de manera que puedas entrever su escote –indicio involuntario- es que lo que quiere, aunque probablemente no sea completamente consciente de ello, es que te la folles.

Y me parece que ya tenemos rulando bastante lenguaje que lleva a justificar y promover la unilateralidad en el trato hacia los perros, si podemos ir cambiándolo por expresiones que les aporten más voz, que los conviertan en una parte más activa del proceso, deberíamos hacerlo.

Sin eliminar la unilateralidad no podemos realizar una tutela responsable y eficaz, si el perro no tiene capacidad de expresar voluntaria y directamente, no a través de indicios, lo que siente y opina sobre lo que sucede para influir en ello solo podremos aspirar a una especie despotismo ilustrado: todo para el perro, pero sin el perro.

Y aquí quiero responder a Alex, que en el post escribe:

“¿No crees que puede haber una lectura bidireccional si tenemos.en cuenta que el perro nos “lee” a nosotros también constantemente muestro lenguaje corporar, manera de actuar y demas? No estoy de acuerdo en que por leer al perro se le robe la condición de interlocutor…
Por ejemplo el término se utiliza mucho en el deporte como “leer al rival” y no se objetualiza ni se le quita a ese rival su capacidad innata de comunicarse, simplemente en leer sería la manera de otro de interpretar ciertos gestos, conductas, expresiones corporales etc..
Vaya por delante que creo entender a lo que quieres hacer alusión pero discrepo en que por leer al perro el pierda su capacidad de interlocutor y no pueda hacer él lo mismo con nosotros..”

Piensa, en primer lugar, que el ejemplo que has puesto es muy claro: leer al rival, a quien no desea comunicarnos sus intenciones, a quien deseamos ganar. Normalmente siempre que se habla de leer a alguien hacemos referencia a quien no desea o no puede comunicarse con nosotros franca y directamente. El rival no quiere que sepamos sus intenciones, por eso la lectura de indicios es tan valiosa. En aprendizaje social -como conté en TPPYTQ- es muy, muy importante la diferencia entre indicios y comunicación expresa. Los indicios nos sirven principalmente para eso, para saber lo que otros sujetos sociales no quieren que sepamos.

Además, y de eso hablé bastante en mi último libro, es falso que los entrenadores busquen una lectura bidireccional de indicios. Precisamente suele buscarse lo contrario, que el perro se siente antes de nuestra palabra sienta, porque le hemos dado indicios corporales de que se lo vamos a pedir, es algo que aprendemos a eliminar ¡¡no queremos que el perro nos lea, queremos que nos escuche!! No queremos que pueda anticiparse a nuestras indicaciones expresas, queremos que espere a nuestra comunicación intencional y clara, y bien que trabajamos para que sea así. Y cuando le damos una indicación “camuflada” antes de un ejercicio, por sutil que sea, no cuenta: porque seguimos teniendo intención comunicativa clara y expresa.

Más bien, mientras buscamos leer al perro, trabajamos para que él no nos lea, sino que nos escuche. Muy simétrico no suena. Porque no creo que nadie diga que cuando el perro se sienta al decirle sienta nos esté leyendo, al menos no en el sentido que le da la RAE y que citaba Chema.

Otra cosa es lo que plantea Olga: la importancia del reconocimiento de indicios cuando la comunicación intencional y expresa, por algún motivo, es insuficiente. Por supuesto que entonces es de máxima relevancia leer lo que desea, lo que necesita el otro a través del mínimo indicio que nos dé y debemos centrarnos en hacerlo, pero cuando la comunicación intencional y expresa es suficiente ahí es donde debe estar la prioridad. Y no hablo de dejar de atender a los indicios, sino de colocarlos en segundo lugar cuando la comunicación voluntaria pueda estar en el primero.

3 Aumento del ya excesivo misticismo que existe en nuestra profesión.

Es la menos importante, sin duda, pero todo lo que vaya quitando del mundo del perro ese rollo de gurús, “capacidades especiales” y basura de autoayuda en general me parece bueno y saludable.

Esto no es una enmienda a la totalidad, no todos quienes usan o han (hemos, que yo también la empleaba hace años) usado la expresión de leer al perro, están en el grupo de quienes promueven estas cosas. Pero para quienes promueven estas visiones lo de leer a los perros sí que suele ser uno de los pilares de su ideario, por aquello de que se necesitan años, agudeza, dones especiales y bla, bla, bla.

Afortunadamente es muy sencillo diferenciar el grano de la paja: si cambias «leer al perro” por “reconocer los indicios no intencionales del perro” y el discurso sigue siendo coherente y consistente sencillamente es una manera de expresarse (que no me gusta) dentro de una propuesta seria. Pero si al hacer el cambio la cosa se queda sin cimientos, resulta confusa, poco clara y se tambalea es que nos estaban dando mística de saldo por adiestramiento técnico. Y este es un experimento fácil que cualquiera puede hacer en casa 😉

Espero que esta exposición de los motivos por los que no me gusta la expresión leer al perro, prefiriendo escuchar al perro sea suficientemente clara y detallada, porque tengo que volver a sumergirme en el trabajo y desaparecer de las redes sociales.

¿Leer al perro? Not my cup of tea.

Bolo disfrutando de una relación en la que es entendido y se toma en cuenta lo que desea: «si llega el calor quiero duchita. Gracias por hacerlo fácil Marcos»

Pues trabajando en mi próximo -y empieza a ser un próximo de cercano y no únicamente de siguiente 🙂 – libro he pensado en compartir un pequeño corta y pega aquí:

Durante el entrenamiento y en la convivencia enseñamos y usamos indicaciones, señales, comandos… que el perro debe aprender y a los que ha de responder para saber qué le estamos trasmitiendo en momentos de interés, para avanzar.

Que el perro nos entienda, es necesario, está muy bien y mola.

Pero es insuficiente para una relación saludable, porque toda relación saludable entre sujetos es bidireccional. No solo debemos emitir y entrenar al perro para recibirnos, también debemos entrenarnos para recibir la información que el perro nos envía sobre cómo se siente y le influyen nuestras acciones.

Es prioritario establecer una comunicación bidireccional –un diálogo- entre perro y guía que permita transmitir información a ambas partes sobre el estado de la relación social, del entrenamiento y de otros aspectos de la convivencia, y no únicamente sobre la calidad de las conductas entrenadas.

Cuando reconocemos y respondemos a las señales del perro este mejorará su capacidad de comunicarse con nosotros, afinándose cada vez más, llenando de sutileza y complicidad nuestra relación.

Ellos también notan que son escuchados, entendidos y que su aportación es reconocida y tomada en consideración, que son parte activa en la dinámica del grupo, y eso lleva todo a otro nivel. Al mejor nivel, el del compañerismo entre sujetos que se reconocen como tales, se quieren y desean coordinarse para ser felices juntos.

Es lo que se denomina coloquialmente como leer al perro, término que no me gusta nadita nada, porque una vez despojado de su brillo místico (debe pronunciarse en plan iniciado y/o con mirada displicente por parte del «lector experto», sin eso resulta solo la mitad de cool), lo que queda es otro término objetualizador y especista: no nos comunicamos con él, no le concedemos la condición de interlocutor, sino que lo leemos como a un libro. Sencillamente somos tan listos (nosotros) que conocemos bien el idioma en el que está escrito.

Y así no vamos a salir nunca de un modelo de convivencia que roba a los perros su condición de participantes, que les maquiniza y se horroriza ante la menor muestra de autonomía y empoderamiento por su parte.

EDICIÓN: Este post ha promovido una serie de interesantes cuestiones por parte de los lectores, tanto que para responderlas he preferido hacer otro detallando los motivos de lo mi antipatía por la expresión leer a los perros, que puedes leer pinchando aquí.

Algunas cuestiones suscitadas por mi marcha del Máster de la UAM. Las piezas del puzzle.

Ilustración de John Cassaday para su obra conjunta con Warren Ellis Planetary.

Ilustración de John Cassaday para su obra conjunta con Warren Ellis Planetary.

A raíz de mi post informando de los motivos de mi abandono del Máster en Intervenciones Asistidas y Etología Aplicada de la UAM se ha generado en mis redes sociales un inteligente, respetuoso y saludable debate, lo que no podría parecerme mejor, pues exponiendo diferentes formas de ver y pensar podremos entenderlas y a posicionarnos de manera informada al respecto. Si no sabes de qué hablo en este enlace a mi  Facebook puedes leer el hilo del debate completo

Me alegra particularmente que no hayan aparecidos argumentos personales (ad hominem), en los que se descalifique a quienes piensan de manera distinta.

Afirmar que quien piensa de manera diferente a nosotros lo hace porque es estúpido, desinformado, malicioso o porque esconde motivos ocultos es mezquino y únicamente muestra o bien el deseo de dañar o bien la incapacidad para el debate de quien lo hace, si no ambas cosas.

Tampoco han aparecido en quienes tienen dudas sobre lo adecuado de mi postura -pese a que casi todos quienes han escrito son profesionales del sector- argumentos de autoridad, afirmando que la trayectoria de alguien hace válidas/inválidas su ideas.

Estas premisas son básicas para el debate (y para la ciencia misma): debemos, y creo que lo hago en mi escrito original, suponer la misma buena fe que tenemos y el mismo derecho a exponer sus argumentos a quien piensa diferente a nosotros, incluso a quien piense lo opuesto. Solo eso puede hacernos avanzar, solo eso puede ayudarnos a entender al otro.

Partir de la base de que quien cree lo contrario a nosotros es muy malo o muy tonto y nosotros, en cambio, somos estupendísimos de la muerte, solo sirve para reclamar adhesiones sectarias y promover el enfrentamiento de personas en lugar del debate de ideas, y, en general, para volver el mundo un lugar un poco más triste y un poco más oscuro.

Al fin y al cabo si un argumento es absolutamente estúpido o alguien muestra ignorancia supina resultará evidente y será un aval para quien piense lo contrario, sin necesidad de descalificar a quien lo expone. Se ataca a los argumentos, no a las personas.

Sin embargo, sí asoma en algunos puntos que se mencionan en este debate la sombra de la falacia del hombre de paja, que es suponer o atribuir al otro cosas que no ha dicho, y luego llevar el debate hacia esas cosas.

Por eso empezaré por aclarar lo que he dicho, o puede lícitamente interpretarse de mis palabras, y lo que no he dicho y no puede interpretarse de mis palabras.

Lo que he dicho:

  1. No me parece ético el entrenamiento de animales salvajes para interactuar con las personas más allá de lo que sea estrictamente necesario para su cuidado.
  2. No me parece ético el entrenamiento de habilidades o conductas que no redunden en un bien directo para el animal salvaje, aunque se entrenen de manera amable.
  3. No me parece ético el entrenamiento de animales salvajes para su uso en publicidad, filmaciones, fiestas privadas o eventos similares. Aunque no lo he dicho esto se amplia a que tampoco me parece ético el trasladarlos a nuestra voluntad para realizar estas u otras actividades afines.
  4. No me parece ético ofrecer interacciones lúdicas con animales salvajes docilizados, sea con fines comerciales directos o indirectos, sea con fines promocionales o con cualquier otro objetivo, por noble que fuera.
  5. Creo que todas las prácticas antedichas promueven y perpetúan el mascotismo, la objetualización y el abuso comercial de los animales salvajes.

Consecuentemente NO me parece bien participar en ninguna actividad que lleve a cabo o promueva dichas prácticas, por lo que dejo el Máster.

Estas premisas no son las de ningún extremismo animalista, sino que son compartidas y se están adoptando mayoritariamente incluso por parte de los zoológicos, como bien muestran las múltiples ponencias, publicaciones y posters referidos al tema realizadas por dichas entidades, que no parecen ser ningunos radicales del animalismo. Lo cierto es que sobre estas premisas existe algo muy cercano a la unanimidad en todas las entidades con peso específico real de entre las que mantienen animales alojados, nadie cree que ver tigres paseando de la correa sea bueno para ellos, por el contrario existe acuerdo casi universal entre dichas entidades (no animalistas) en que estas prácticas son nocivas y deben abandonarse.

Por tanto más bien pueden considerarse estas unas medidas de mínimos de aceptación generalizada -casi más bienestaristas, que animalistas- que el summum del animalismo más extremo y feroz. Quien afirme lo contrario o está equivocado o desea desvirtuar la verdad para dar volumen, que no fuerza, a sus argumentos.

Lo que NO he dicho ni pienso.

  1. NO he dicho, ni pienso, que todos los animales salvajes puedan ser reintegrados a la naturaleza.

Sé perfectamente, pues tengo relación y he colaborado de manera repetida (siempre sin lucro) con diversas entidades de recuperación de animales salvajes, que muchos animales por su historial y condiciones de vida no pueden ser reintegrados en modo alguno a entornos naturales. Estos animales deben ser mantenidos y cuidados hasta el final de sus vidas en instalaciones adecuadas para ellos, pero creo que en modo alguno deben ser entrenados, utilizados o trasladados de manera repetida para los fines citados en los cinco puntos anteriores.

  1. NO he dicho que esté en contra de todas las instalaciones de alojamiento de los animales.

De hecho no he dicho que esté en contra de ninguna, aunque sí estoy en contra de todas aquellas que priman el aprovechamiento comercial de los animales y lo perpetúan, sin embargo apoyo plena y explícitamente a todas aquellas que se centran en el cuidado de animales no reinsertables y en la promoción de medidas legislativas y educativas para que progresivamente disminuyan los animales salvajes que necesiten vivir en cautividad.

  1. NO he dicho que no se deba entrenar a los animales salvajes que están alojados en instalaciones, sea de manera temporal o permanente.

El entrenamiento para cuidados veterinarios es una necesidad que defiendo de manera explícita y pública.

Me parece bien enseñar a un animal a colocar su pata en un lugar para que se le pueda extraer sangre de manera fácil, que se haga lo mismo sobre la pierna de una persona me parece innecesario e inadecuado, creo que desvirtúa la imagen del animal, lo objetualiza y es negativo para su conocimiento y conservación, así como para la formación de futuros profesionales del sector.

  1. NO he dicho que no se deba aportar enriquecimiento ambiental a los animales salvajes

Por el contrario creo y he dicho en varias ocasiones que SE DEBE APORTAR ENRIQUECIMIENTO AMBIENTAL a cualquier animal que se vea obligado por sus circunstancias a permanecer en cautividad.

Pero creo que (1) jugar o interactuar repetidamente con alumnos o visitantes, (2) ser entrenados para habilidades atractivas que no aportan más beneficios al animal que un premio y/o (3) ser trasportados a diferentes lugares para filmaciones o festejos no puede ser entendido como enriquecimiento ambiental de ninguna manera y que no debería presentarse como tal.

  1. NO he dicho que no se deban buscar formas de financiación para que las entidades que alojan animales salvajes puedan continuar haciéndolo de manera digna y eficaz.

Ni siquiera he dicho que no puedan obtener beneficios lícitos, aunque creo que deberían ser reinvertidos en el bienestar de los propios animales, ya sea directamente de los alojados, ya sea a través de programas educativos al respecto. Lo que sucede es que creo que esta financiación debe hacerse a través de medios que cumplan la premisas antes mencionadas. Por ejemplo, visitas educativas a las instalaciones, apadrinamientos, actividades formativas ¡claro que sí! respetuosas con los animales y otras similares. Tanto es así, que he organizado y llevado a cabo algunas de estas actividades para ayudar a la obtención de fondos para Rainfer.

Además el número de entidades de cuidado y protección animal que se financian y/o promocionan mediante el uso publicitario o la interacción lúdica de personas con sus animales es completamente residual y anecdótico.

De hecho, creía inicialmente que la participación en el máster podría ofrecer una alternativa de reconversión financiera a entidades participantes que pudieran tener un modelo de negocio basado en el uso de animales para publicidad, festejos, filmaciones o similares, facilitando que abandonasen dichas prácticas y se reconvirtieran a un enfoque más similar al de santuarios o entidades similares. Pues entiendo también la problemática laboral de las personas que trabajan en estos lugares, creo que no ha sido así en absoluto.

Por supuesto, esto no implica el análisis de otras prácticas con las que yo pueda no estar de acuerdo, como las exhibiciones en zoológicos, que serían objeto de otro debate.

Pero usar -en muchos casos trasladándoles una y otra vez- los animales para filmaciones publicitarias o eventos, así como ofrecer a las personas que “jueguen” con ellos es una práctica que ninguna entidad mínimamente relevante de entre las que alojan animales usa para financiarse. Por lo que plantear que esta es una forma necesaria o frecuente para financiar el cuidado de animales salvajes que deben ser mantenidos en cautividad es falso, y nuevamente muestra o bien el desconocimiento o bien la mala fe de quien lo emplea como argumento.

Me señalan en el debate que la ética es personal, que cambia con el tiempo y que, de hecho la mía ha cambiado a lo largo de los años. Esto no solo es completamente cierto, sino que añado el hecho de que la ética se mueve en el terreno de las creencias y no del conocimiento

Obviamente, esto es lo que creo correcto ahora, y quizá no piense lo mismo dentro de cinco años, pero lo bueno de argumentar las posiciones es que expongo los motivos y así en caso de cambiar puedo también explicar el porqué.

No pretendo, ni he pretendido nunca otra cosa que decir que MI ética me hace abandonar el Máster, y que les supongo a las persona que piensan lo contrario una convicción similar de estar actuando de la mejor manera posible para el bienestar de los animales. Puedo afirmar que creo que algo es bueno o malo para los animales, pero jamás que quien piensa otra cosa es mala persona o no desea lo mejor para los animales, siempre partiré de la base de que lo pensará de buena fe.

A última hora veo que mi (espero que aún) amigo Curro Castillo suma a la ecuación “los hechos consumados”, opino que a nadie se le debe descalificar en este aspecto por lo que hizo ayer, pero sí debe cuestionarse lo que hacemos hoy y lo que proponemos hacer mañana.

Puede suceder que nuestras ideas sobre lo que es adecuado cambien, como bien señalan que me ha sucedido a mí, pero si esto no conlleva un cambio en nuestros actos -en nuestra praxis- será:

  1. En el peor de los casos un subterfugio, un eufemismo, para seguir haciendo lo de siempre pero “explicado bonito” y de manera que resulta atractivo para el comprador. El mismo perro con distinto collar.
  2. Y en el mejor, una manera de engañarnos a nosotros mismos para sentir que nuestra práctica es correcta y ética. Porque es un sesgo muy común que para autojustificarnos usemos los nuevos argumentos, con un par de giros y arreglos, para mantener las mismas prácticas. Eso sencillamente es mentirnos por el miedo a abandonar lo que llevamos mucho tiempo haciendo, por el miedo a reconocer que lo que nos parecía bien pudiera ser malo, y por la inseguridad ante la idea de aprender nuevas maneras de hacer las cosas.

En este aspecto mi opinión es clara, nadie debe arrastrar más equipaje que la voluntad de hacerlo lo mejor posible hoy, ahora.

Por último decir que creo que he actuado lealmente con el Máster y con mis compañeros, pues (1) he esperado para anunciar mi marcha a que se hubieran completado las matrículas de este año, (2) he informado de lo que iba a hacer y, como parte de la dirección estaba de vacaciones, en ese momento (3) he esperado a su vuelta y (4) he aceptado ajustar mi escrito de acuerdo a sus indicaciones, puesto que ninguna de ellas implicaba desvirtuar su sentido principal. También (5) he expuesto en mi texto los argumentos contrarios a los míos, (6) he afirmado creer en la buena fe de quienes piensan de manera opuesta a la mía y (7) he afirmado que todos los participantes están cualificados para enseñar lo que enseñan en el Máster, (8) confirmando la calidad técnica a nivel formativo del Máster.

Creo que abandonarlo sin exponer los motivos podría dificultar la elección informada de aquellos alumnos que pudieran no saber de mi marcha, o suponer que se debía a exceso de agenda u otros motivos similares, y ver mi participación como algún tipo de aval o garantía de que la filosofía del Máster es coincidente, o al menos compatible, con la mía en temas de ética animalista. Y no lo es.

Pero la lealtad no es lo mismo que la omertá y el debate ético nada tiene que ver con el linchamiento de personas o colectivos.

Y en nuestro país, en el sector del entrenamiento de animales, solemos confundir el disenso con la enemistad, la crítica con el ataque personal y, tristísimamente, la lealtad con la ley del silencio.

Por eso quiero terminar con un agradecimiento especial a mi amigo y colega David Ordóñez, co-director del Máster Universitario en Intervención Asistida por Animales de la UNIA, único Máster oficial de la especialidad en nuestro país, en el que participo, que en lugar de considerar que la publicación de mi texto me convertía en un ponente “peligroso” e incómodo me ha manifestado públicamente su adhesión y comprensión. Esta manera de actuar es consustancial con David y por ello es probable que le sorprenda que lo valore tanto, pero eso ¡solo me hace valorarlo más! Resalao, que eres un resalao 😉 😉

Dejo en el tintero la diferenciación entre animales salvajes y domésticos a la hora de entrenarles, educarles y convivir con ellos. Pero, puesto que estoy haciendo un trabajo extenso sobre ese tema, prometo que a la vuelta de mi viaje a Uruguay publicaré algo al respecto, aunque no será rápido.

Muchas gracias por vuestros textos, por vuestras preguntas y por exponer las diferencias de criterio. Siempre he dicho que prefiero estar en desacuerdo con quienes creen y se mueven en el debate de ideas, que de acuerdo con quienes prefieren el simplismo de las consignas, buscan la adhesión sectaria y potencian el ataque o el desprecio del oponente.

Liniers siempre lo ha dicho todo antes, mejor y con más ternura.

Liniers siempre lo ha dicho todo antes, mejor y con más ternura.

Por qué dejo el Máster en Intervenciones Asistidas y Etología Aplicada de la UAM

A veces hay que mirar las cosas con detalle, pero sin tocarlas.

A veces hay que mirar con detalle, pero sin tocar.

He decidido abandonar el Máster en Intervenciones Asistidas y Etología Aplicada de la Universidad Autónoma de Madrid (en adelante UAM), en el que impartí clase durante sus dos primeras ediciones.

Esta no ha sido una decisión fácil por muchos motivos: desde la amistad que me une a varias de las personas que participan en él, hasta –absurdo sería negarlo- los beneficios promocionales, comerciales y de imagen que implicaba tanto para mí como para EDUCAN participar en él, pasando por los (mínimos) perjuicios que mi abandono público pudiera causar al mismo Máster en cualquier sentido.

Sin embargo, tengo la convicción de que debo dejarlo y exponer las causas que me llevan a hacerlo. Así se lo comuniqué a la dirección del Máster, con la que he hablado ampliamente sobre esto y que, como es razonable, ha sido informada con antelación, tanto de mi marcha, como de mis motivos y mi decisión de hacerlos públicos. De hecho, el texto que sigue es en buena medida una adaptación de varios de entre los que les envié, y creo que muestra con claridad mis razones.

Como sabéis, soy animalista, y algunas de las ideas que se exponen y de las prácticas que se están -siempre en mi opinión- potenciando desde el Máster entran en conflicto directo con mi ética personal y mi deontología profesional.

Creo que entrenar a los animales salvajes para lograr una docilidad extrema y conseguir interacciones directas con personas, así como para realizar conductas que no son propias de su etología genera un modelo de idealización, objetualización y uso de los animales que es el causante primero del deseo de poseerlos, de la idea de que “les gusta estar haciendo cosas para nosotros” y consecuentemente tanto de su explotación comercial, como del mascotismo, raíces principales del tráfico, tenencia y maltrato de muchos animales salvajes.

Desde su inicio conocía de la participación de empresas y personas cuya visión es contraria a la mía, dedicándose al entrenamiento de animales salvajes para su uso comercial en cine, publicidad y similares. Aunque no compartiese su enfoque, tras hablarlo con otros compañeros y con la dirección del Máster, entendía que se buscaba dar a los alumnos una visión amplia y que, además, las clases con este tipo de animales se referirían exclusivamente a su manejo y cuidado, algo que no implica ni su entrenamiento para la interacción directa con personas, ni la enseñanza de habilidades o trucos que sean de interés para su explotación publicitaria.

Sin embargo se han ido volviendo frecuentes las fotografías de alumnos en interacción directa con animales salvajes y la inclusión en las clases de pautas de entrenamiento para lograr dichas interacciones. Esto no solo se expone como algo aceptable, sino apetecible y valioso, teniendo un efecto de máxima relevancia en la captación de alumnos y determinando el enfoque del Máster, sea de manera buscada o no.

El contacto directo con animales salvajes dóciles siempre es muy atractivo, pero tengo la convicción de que resulta negativo para su conocimiento y respeto, y que aprovecharlo promocionalmente y divulgarlo desde una institución con el peso específico de la UAM es, más o menos indirectamente, justificarlo y perpetuarlo.

Entiendo que es beneficioso y necesario para los alumnos conocer diferentes acercamientos y opiniones sobre cómo se entiende el comportamiento de los animales, la intervención comportamental y las diferentes prácticas profesionales relacionadas. Toda formación debería trasmitir el hecho cierto de que en este área cohabitan diferentes ópticas e interpretaciones, así como potenciar el pensamiento crítico.

Pero también sucede que a veces el deseo de ofrecer una visión amplia puede caer en la falacia del punto medio, igualando todas las opciones pese a que alguna de ellas tenga mayor respaldo y aceptación científica. Lo cierto es que la interacción directa con animales salvajes, así como su entrenamiento y uso para espectáculos, publicidad u otras filmaciones, tiene muy poco respaldo y escasa aceptación como práctica eficaz y ética para la mejora de su bienestar y conocimiento, y opino que, en justicia, así se les debería exponer a los alumnos. Darle una posición de igualdad, sumado al inevitable atractivo que implica, creo que promociona estas prácticas, ensombreciendo otros acercamientos que tienen mayor respaldo y apoyo académico, aunque sean menos atrayentes.

Entiendo que este es un punto en el que existen otras  maneras de ver las cosas, que quienes lo encuentran adecuado aluden a la necesidad de financiar de algún modo los lugares donde se aloja y cuida a los animales salvajes rescatados del tráfico ilegal o del maltrato, y que sostienen que la cercanía, la docilidad y el contacto directo son embajadores eficaces para suscitar simpatía hacia estos animales. No dudo en absoluto de la buena fe de quienes piensan que estas son soluciones adecuadas para el problema.

Sin embargo, yo tengo la convicción de que mostrar a los animales salvajes como amigables y “felices” de hacer aquello que les pidamos perpetua un modelo de entrenamiento centrado en la posibilidad de su uso y disfrute por nuestra parte.

Es por ello que debo abandonar un proyecto que no solo lo encuentra aceptable, sino que lo potencia al ofrecerlo como parte importante de la formación para los futuros profesionales del sector, que en mi opinión deberían aprender más bien de sus efectos nocivos y riesgos que de sus beneficios.

Creo necesario hacer públicos los motivos de mi marcha, puesto que no querría generar confusión o valoraciones equivocadas en las personas, por pocas que sean, que entiendan mi presencia como una garantía o indicación de que el Máster cumplirá con las premisas de ética animalista que públicamente he expuesto una y otra vez como bases de todo mi trabajo. Finalmente, si se apuntan alumnos con una sensibilidad igual a la mía sólo se generarán tensiones e incomodidad durante la realización de algunas clases, lo que sería contraproducente y desagradable para todas las partes. Mejor hacer todo lo posible por evitarlo y así facilitar su desarrollo óptimo.

Por supuesto, mi incompatibilidad ideológica no implica en modo alguno desvalorización del Máster. No deseo que nadie la interprete como ningún tipo de descalificación de la calidad formativa ofrecida, puesto que me consta que incluso los profesionales más alejados de mis criterios de entre los que componen su claustro tienen una trayectoria profesional reconocida y consistente, estando cualificados para enseñar a los alumnos eficazmente sobre sus respectivas propuestas de trabajo. Sencillamente algunas cosas que se enseñan son incompatibles con mi ética personal y mi deontología profesional.

Por los motivos expuestos, no continuaré impartiendo clases en el Máster ni figurando -ni EDUCAN ni yo- entre los profesores y entidades colaboradoras.

Espero que mi marcha sea entendida en su justa dimensión y lamento cualquier problema que pueda causar a terceros.

También recomiendo la visita a la página de ADanimalsfree, donde los lectores pueden ampliar el argumentario que he expuesto.

 

Entrenamiento de animales y ética: una perspectiva animalista (II)

Paris, perra encontrada con miedo severo a las personas y acogida por la Asociación Nueva Vida.

Paris, perra encontrada con miedo severo a las personas, acogida y cuidada por la Asociación Nueva Vida.

El maltrato

El maltrato de las personas hacia los animales no humanos es un tema que ha sido objeto de estudio y análisis con frecuencia. Por ello intentaré no extenderme en este punto, limitándome a ofrecer una definición operativizable de maltrato y mencionar quiénes están en situación, a mi entender, de cometer maltrato.

Definir competentemente el maltrato y señalar quiénes están en situación de llevarlo a cabo es un mínimo necesario para nuestra ecuación en busca de una ética y una deontología comprometida -pero objetivizada- de la práctica profesional relacionada con animales no humanos, pues serán dos operadores relevantes para la prevención, evaluación y disminución de la prácticas abusivas.

Qué es maltrato

Es muy difícil manejar y/o analizar lo que no está bien definido o aquello cuya definición no puede operativizarse, de manera que permita evaluar de manera objetiva cuándo aparece o cuándo no. Esta dificultad se vuelve crítica si, además, deseamos luchar contra algo de manera eficaz y hacer una política preventiva que incluya pautas de buena praxis.

Todo el mundo tiene una idea personal sobre lo que constituye maltrato y una sensibilidad diferente a la hora de incluir o no algo en la categoría de maltrato.

Esta “evaluación por sensibilidad” del maltrato es ineficaz y supone problemas. Quizá los principales son: que dificulta prevenirlo, puesto que hasta que una situación no sucede o no la imaginamos no podemos presuponer su gravedad, que potencia la división entre quienes tienen (tenemos) sensibilidades diferentes, dificultando unir fuerzas en un frente común de lucha contra el maltrato, lo que hace que quienes no son sensibles hacia el maltrato, tanto personas como instituciones, terminen percibiéndonos como grupúsculos sin ideas claras. Por último discrimina a las especies en base a la sensibilidad que despierten en nosotros, porque es un hecho cierto que la expresividad de un cangrejo nos genera menos empatía que la de un cachorro de perro, lo que desajusta nuestra “evaluación por sensibilidad” del maltrato. No creo que demasiada gente comiera en un lugar donde matasen los corderos lechales delante de uno, mientras escucha sus balidos asustados, pero no parece suponer un problema hacerlo mientras hierven vivos a crustáceos ante nosotros. Ojo, todavía no estoy hablando de lo adecuado o no que me parece consumir animales, ese es un punto al que tardaré bastante en llegar. Solo pretendo ejemplificar un problema obvio de la “evaluación por sensibilidad” del maltrato.

Se hace evidente que resulta necesario llegar a una definición objetiva y clara de maltrato que, además, sea funcional para su prevención y evaluación.

Propongo una definición de maltrato animal similar a la aceptada para el maltrato infantil en muchas legislaciones, y que iremos viendo a lo largo de este trabajo que es muy útil a nivel operativo:

Maltrato es cualquier acción u omisión no accidental que genera perjuicios o compromete la satisfacción de las necesidades básicas de dicho animal.

Personalmente, y es el objetivo de este trabajo, impulso una práctica profesional relacionada con animales no humanos que vaya más allá de satisfacer sus necesidades básicas, potenciando su bienestar y promoviendo su acceso a la felicidad, en mi caso desde el entrenamiento.

Pero esto es claramente excesivo como requisito mínimo para determinar el maltrato, al menos si queremos una definición útil, operativa y aceptable a nivel general. Y tengo la convicción de que la mejor manera de llegar a lo óptimo es definir con eficacia lo mínimo e ir construyendo sobre ese cimiento. Nunca será igual la práctica óptima que la práctica mínimamente aceptable, pero ambas deben ser definidas, en especial la segunda.

El maltrato, obviamente, se sale de cualquier práctica mínimamente aceptable  por debajo y se define por ser lesivo para el animal, ya llegará el momento de definir la práctica óptima que resulte beneficiosa para el animal. He buscado una definición que sea válida para cualquier caso posible, sin excepciones, para toda especie y tipo de relación con los seres humanos.

Es importante la elección del término no accidental en lugar del muy usual intencional para referirnos a qué constituye maltrato. Alguien puede alimentar a un perro sólo con un mendrugo de pan al día durante años creyendo sinceramente que es lo adecuado y saludable, no existe la intención de maltratar, pero como la acción no es accidental, sino voluntaria, sí constituye maltrato pues compromete las necesidades físicas del animal. Por supuesto la intencionalidad implica un agravante del maltrato, pero no es un requisito necesario para que exista.

Según avancemos en este trabajo veremos que la elección de no accidental frente a intencional es muy valiosa como base para evaluar la calidad de las interacciones entre humanos y otros animales, pues existen muchos colectivos que trabajan (trabajamos) con animales no humanos y donde perviven prácticas que pueden implicar maltrato por acción u omisión, pero que son realizadas de buena fe por quienes las llevan a cabo. También puede suceder lo contrario, que prácticas que puedan no “gustarnos” en una primera impresión resulten finalmente beneficiosas o necesarias para el bienestar del animal y privarles de ellas pueda llegar a constituir maltrato.

Poniendo un ejemplo muy obvio, podría parecer que atar a los perros les genera perjuicios o limita su bienestar, pues preferirían estar corriendo libres, sin embargo esta práctica no siempre implicará maltrato. Cuando lo hacemos para desplazarnos por la ciudad y con materiales adecuados, estamos asegurándonos de que no puedan sufrir o causar daño al cruzar la calle, por ejemplo, y estamos ejerciendo una tutela responsable. Sin embargo cuando un perro permanece atado con un metro de cadena a un punto fijo durante horas o días sí se están desatendiendo sus necesidades y comprometiendo su bienestar, por lo que constituiría maltrato.

Veamos otros ejemplos muy sencillos (ya habrá tiempo de llegar a los complicados) de aplicación práctica de este concepto de maltrato:

Una vacuna inyectable hace daño al perro al ser aplicada, pero como no le genera perjuicios sino beneficios y no compromete sus necesidades básicas, sino que las cubre, no es maltrato. El mismo pinchazo realizado gratuitamente sí sería maltrato, puesto que solo existe perjuicio.

Pisar a un perro en un traspiés y hacerle daño sin querer (algo que a todos nos ha sucedido) no supone maltrato aunque suponga perjuicio para él, porque es accidental. El mismo pisotón hecho intencionalmente sí supondría maltrato. Descartes maltrató a la perra preñada a la que pateó, aunque tuviera la convicción de que era una “maquina de carne, un autómata sin sentimientos”, puesto que su patada no fue accidental.

Recordemos que es necesario evaluar lo más objetivamente posible cuándo existe maltrato. La definición debe facilitar el dictamen técnico del maltrato y la autoevaluación de cada profesional respecto a su (nuestro) trabajo. Cuando no es así nuestra definición será solo una declaración de intenciones, un brindis al sol, no una herramienta eficaz en la lucha contra el maltrato.

Sobre quién se comete maltrato

Cuando intervenimos en el comportamiento de un animal de manera ética, buscando una actuación profesional óptima, tenemos que considerar cómo afectará nuestra intervención tanto al individuo con el que estamos trabajando como, a nivel de imagen y conocimiento, a su especie. Esto no sucede igual al evaluar el maltrato.

El maltrato siempre se refiere a uno o varios individuos, no a la especie.

La actuación óptima sobre animales no humanos implicará al individuo y a la especie, pero el maltrato no se define por no ser una actuación óptima, sino por ser una actuación directamente lesiva y que se comete siempre sobre un animal o animales concretos.

Es decir, cuando se retienen orcas en cautividad, en condiciones que no permiten cubrir sus necesidades básicas (como pueda ser el desplazarse decenas de millas náuticas cada día), se puede estar dando una imagen nociva o tóxica sobre las orcas y sobre su relación con los seres humanos, lo que es malo, pero no se maltrata a las orcas como especie o a los cetáceos como orden, sino a los individuos concretos que se encuentran cautivos.

Insistir de nuevo en que cuando hablamos de maltrato no estamos definiendo en absoluto cómo se actúa bien, sino cómo se actúa mal. Es muy importante no mezclar estos conceptos, pues ambos son necesarios para una deontología operativa y susceptible de ser normalizada.

Quién está en situación de cometer maltrato

Otro punto relevante es definir quién puede estar cometiendo maltrato, sin ello es fácil que personas o entidades puedan escudarse en su falta de implicación directa en situaciones de maltrato.

La inacción de entidades o personas con poder para prevenir, interrumpir y eventualmente castigar el maltrato es uno de los principales problemas que existen para una lucha eficaz contra el maltrato.

Por esto es importante dejar claro quién está en situación de maltratar.

Cualquier persona, institución o entidad que tenga relación directa o indirecta con animales no humanos y cuyas acciones u omisiones no accidentales puedan generar perjuicios o comprometer la satisfacción de las necesidades básicas de algún animal o grupo de animales está en situación de cometer maltrato.

Con relación directa con los animales tendríamos a propietarios, cuidadores, entrenadores, veterinarios…

Con relación indirecta con los animales, pero no por ello libres de la posibilidad de ser responsables de maltrato, tendríamos a directores o responsables de instalaciones de alojamiento de animales, empresas, legisladores, autoridades responsables del cumplimiento de las normativas relacionadas…

Pero aquí no acaba la cosa…

Creo que la definición de maltrato que propongo es consistente, sencilla y válida como herramienta de trabajo, pero es que esta era la parte fácil.

Es muy importante que los conceptos, particularmente los que son tan importantes como el de maltrato, estén completados con formas concretas y lo más objetivas posibles de evaluación, tanto a anteriori como a posteriori, para que los técnicos del área puedan (podamos) evaluarlo en terceros y autoevaluarse (autoevaluarnos) a sí mismos durante su (nuestra) práctica profesional. Esto es lo que permite hacer operativa la definición.

Esa es la parte difícil, que veremos más adelante.

Entrenamiento de animales y ética: una perspectiva animalista (I)

Orión, un perro destinado a las peleas y rescatado por Adriana y Manu. Gracias :-)

Orión, destinado a las peleas y rescatado por Adriana Rodriguez y Manu Moriche ¡Gracias!  🙂

Como mencioné, estoy haciendo un trabajo amplio sobre ética y entrenamiento de animales no humanos. Varios amigos me han convencido de ir publicando en La Caja Verde extractos, para recibir feedback de quienes la leéis y así convertir este trabajo en algo más colectivo y compartido. Ya lo decían en La Bola de Cristal…

Qué y cúando es lícito entrenar animales

Para trabajar con animales no humanos, particularmente con sus emociones, es necesario tener una posición clara y determinada sobre la manera lícita de intervenir en su comportamiento.

Debemos considerar cómo influirá nuestro trabajo en aspectos que van mucho más allá de los beneficios de manejo o utilidad práctica que nos reporte.

Antes de intervenir sobre el comportamiento de un animal no humano es necesario definir previamente, y de manera clara, qué es lo que consideramos correcto. No podemos suponer que nuestro amor por los animales y nuestra capacidad como entrenadores nos servirán de guía eficaz porque:

  1. El amor no es igual al respeto, se cometen muchos abusos por amor. El amor por los animales tiende a sacar nuestra parte más infantil, la que desea poseer. Yo, como tanta gente a la que le gustan los animales, de niño quería tener muchos animales. Hoy he aprendido que solo debo tener conmigo animales domésticos, que los salvajes deben estar en su entorno o, si han sido sacados de él, en centros dedicados a su cuidado y recuperación.

 

  1. Además saber cómo entrenar a un animal nos da poder sobre él, y eso tiende a potenciar por nuestra parte una búsqueda excesiva del control de su naturaleza. El que algo pueda hacerse no indica que esté bien hacerlo, aunque los medios para lograrlo sean amables.

 

La posesión y el exceso de control cosifican a los animales, da igual que nuestras intenciones sean buenas y sintamos un profundo y sincero amor por ellos

La manera de ejercer de los entrenadores profesionales y de los especialistas en gestión del comportamiento, además de a los animales y a su imagen, afecta a la imagen, desarrollo y rumbo de nuestra profesión.

Podría parecer que defiendo dejar de entrenar animales no humanos. Pero no es así en absoluto.

Muchos animales no humanos requieren entrenamiento. Obviamente los que conviven con nosotros, como los perros, pero también los salvajes que están en centros de recuperación necesitan que los entrenadores les ayudemos. Sin esta ayuda el manejo, el cuidado veterinario e incluso el entrenamiento que les permitiese reintegrarse a su entorno serían imposibles.

Además, si quienes tenemos una visión animalista renunciamos a ser entrenadores porque resulta difícil hacerlo bien, estaremos dejando el terreno libre a quienes no tengan consideración hacia aspectos que vayan más allá de entrenar para conseguir las conductas que les resultan rentables.

Debemos asumir que nuestro papel es similar al de profesores, que han de explicar y enseñar, pero no cualquier cosa, ni de cualquier manera: hay que seguir un plan de estudios que estará siempre al servicio del alumno.

El entrenamiento debe estar diseñado y ejecutado de este modo. Admitimos que nuestros hijos se esfuercen y que sus profesores les programen tareas en áreas que serán necesarias para su desarrollo personal, pero si les enseñan únicamente a realizar conductas que redundan en el interés directo de quien las está enseñando no podemos hablar de enseñanza, sino de preparación para la explotación. Sin duda en las fábricas que emplean niños en Asia para la confección de ropas se les enseñará a usar los útiles necesarios para su labor, pero nunca consideraríamos eso como un programa de formación profesional. Con los animales, con su entrenamiento, sucede lo mismo: debe tener como directriz principal el beneficio que obtendrá el animal.

Esto, que es cierto en todos los casos, se vuelve crítico al trabajar con animales salvajes. Porque hay cosas que es lícito y adecuado trabajar en los perros, que deben compartir su vida con nosotros y adaptarse a nuestro entorno, que no deberíamos hacer con animales salvajes, incluyendo el quitarles el miedo o la agresión en determinados momentos: un animal salvaje que pierda el miedo a las personas fácilmente será cazado si se reintroduce, eliminar ese miedo puede ser incorrecto. Un animal al que se le corrige por perseguir y cazar a otros animales que deben ser sus presas también está dejando de ser adaptativo.

Por todo lo anterior es necesario definir unos parámetros generales sobre lo que es correcto y lo que no lo es para hacer intervenciones sobre el comportamiento que sean beneficiosas para los animales.

¿Qué tener en consideración antes de intervenir en el comportamiento de un animal?

 

La calidad de vida del animal y su derecho a la felicidad.

Las intervenciones sobre el comportamiento deben ser compatibles con la calidad de vida del animal y promover su acceso a la felicidad. Por ejemplo: en una ocasión me preguntaron si era posible entrenar a un perro pequeño a hacer sus necesidades en una bandeja de gato para no tener que sacarle a la calle. Este es un ejemplo óptimo: es posible, pero impedirá que el perro pasee, conozca a otros perros, haga ejercicio… Es una intervención incompatible con el derecho del animal a acceder a la felicidad.

La intervención sobre un comportamiento debe mejorar, o al menos no empeorar, la calidad vida del animal en el contexto en el que trabajemos con dicho comportamiento. Por ejemplo: en una ocasión me pidieron que un perro adulto, al que le entusiasmaba perseguir y cazar conejos, algo potenciado por sus propietarios y con una evidente base innata, dejara de hacerlo porque querían hacerse con unos conejitos blancos para su hija y tenerlos sueltos por el piso con el perro de manera permanente, aun cuando ellos no estuvieran. Es posible, pero ¿a costa de qué? ¿será saludable emocionalmente para el perro? ¿es justo para el perro?

La intervención sobre el comportamiento debe mantener o mejorar la capacidad posterior del animal de gestionar su entorno y adaptarse a él, así como mejorar sus capacidades de relación con coespecíficos y con otras especies con las que interactúe. El ejemplo paradigmático está en los chimpancés a los que se les enseñó lenguaje de signos, después ya no se comunicaban bien con otros chimpancés y languidecían durante años en zoos haciendo signos desesperadamente a los visitantes a la espera de volver a ser escuchados, a la espera de recuperar la posibilidad de comunicarse con otros. Una posibilidad que el entrenamiento les había robado.

Puedo entender a la persona sin recursos y sin formación en un país deprimido de África, que por unos dólares mata a una hembra de chimpancé para arrebatarle a su bebé y vendérselo a un turista. Lo entiendo porque no ama a los animales y está en una situación de necesidad.

Comprendo un poco menos a quien compra a la cría, porque esa persona dice que ama a los animales, piensa que los ama… tanto que quiere poseerlos. Tan mal que por poseer a animal se pone una venda sobre lo que se hace para conseguirlo y sobre la infelicidad a la que le condena.

Pero al que no puedo entender ni perdonar en absoluto es a quien, con conocimientos, le roba a un animal la posibilidad de comunicarse con los suyos, a quien aplica un entrenamiento que le aísla de sus congéneres y le arrebata su condición de chimpancé. Porque ese sí sabe lo que se hace y, pese a todos los argumentos que dé, en el fondo lo hace porque puede. Ese es el tipo de poder al que me refería antes.

La imagen del animal y de su especie.

Las intervenciones sobre el comportamiento deben promover en quienes observen y/o interactúen con el animal una imagen digna de este y concordante con los conocimientos científicos sobre el comportamiento y necesidades de su especie.

La intervención sobre el comportamiento no debe dar al público una imagen ridícula, idealizada, demagógica, objetualizada o antropomórfica del animal concreto con el que hemos trabajado o de su especie.

Aquí abundan los ejemplos: desde los más evidentes, como el entrenamiento de la “sonrisa” en los chimpancés, que para ellos es una señal de miedo y se entrena a través del miedo, hasta los más sutiles, que por ello son los más peligrosos, pues parecen “buenos”: como entrenar a un tigre para hacerse fotografías con personas, a unas orcas para cantar y bailar con sus entrenadores o a un perro a montar en bicicleta.

Todas esas cosas vejan la dignidad del animal entrenado y muestran a su especie de una manera irreal y discorde con los conocimientos científicos sobre cada una de ellas: el tigre no debe parecer amigable, la imagen de que los tigres no son peligrosos y pueden actuar amigablemente con las personas es demagógica e idealizada, es bonita, pero falsa, y dañina para el conocimiento y respeto de la especie. Las orcas no son personajes de una película de Disney, que se organizan de manera coreográfica cuando están contentos. Ese entrenamiento es antieducativo para quien lo ve, no es beneficioso para las orcas, sólo para quien las explota. Adiestrar a un perro para montar en bicicleta es técnicamente admirable y muestra una gran capacidad por parte de quien lo consigue, sin duda el perro será un animal querido por su entrenador. Pero es un entrenamiento antropomórfico que, en realidad, le da un papel paródico y bufonesco al perro, vulnera su dignidad como individuo y hace que las personas que lo contemplan se alejen del conocimiento real de las necesidades y capacidades de su especie. Por no hablar del riesgo absolutamente innecesario de sufrir una caída.

La calidad del trabajo de los profesionales del comportamiento.

Las intervenciones profesionales sobre el comportamiento de los animales no humanos deben poder ser (A) supervisadas en su desarrollo, para evitar excesos, aunque no lleguen al nivel de maltrato, y (B) evaluadas en su éxito de manera objetiva, para evitar a quienes no obtienen resultados y sólo venden humo.

Pero debemos entender el éxito no solo como la consecución, eliminación o variación de uno o varios comportamientos, sino también, y especialmente, de los puntos anteriores: cómo se ha influido en la calidad de vida, el acceso a la felicidad, la imagen del animal y en el conocimiento de su especie.

La intervención profesional sobre el comportamiento de los animales no humanos debe hacerse de manera acorde al conocimiento científico de cada especie y adaptada para cada individuo concreto, así como mostrando el respeto, entendido como consideración de que el animal tiene un valor por sí mismo y no solo en función de su papel respecto a nosotros, y cariño, entendido como inclinación afectiva que reconoce su valor como individuo y busca su desarrollo saludable y feliz, del profesional hacia el animal con el que está trabajando.

Fijaos en todos y cada uno los ejemplos anteriores, fijaos que ninguno de los casos que he mencionado mejoraban la calidad de vida de los animales entrenados, más allá de conseguir unos trocitos de comida en el momento. No son intervenciones exitosas. No son intervenciones justas sobre el comportamiento, aunque se hagan de manera amable.