El «arte» de adiestrar.

Publicado el 1 de agosto de 2013

Es sabido que soy un firme y activo defensor de la necesidad de incorporar conocimientos consistentes a la base de nuestro trabajo, sin eso nuestro oficio quedaría, por anacrónico, fuera del mundo que lo rodea. El adiestramiento de perros ha evolucionado mucho en los últimos años, y ha sido para bien.

Sin embargo el rumbo actual también tiene escollos, algunos más insidiosos por estar más ocultos y no mostrarse con claridad.

Uno de los peores es, por seguir principios generales demostrados, ignorar la importancia de los individuos concretos, adiestrador y perro, que participan en el adiestramiento. Por muy técnico y científico que queramos que sea nuestro trabajo, negar o considerar secundario el hecho -evidente para cualquier adiestrador con oficio- de que no existen dos perros que aprendan y trabajen exactamente igual, necesitando de un entrenamiento individualizado, sólo es una muestra de pedantería y, si no de ignorancia, sí de inexperiencia.

Todos los que preparan perros para alguna disciplina deportiva o de utilidad saben que es usual que al aconsejar a un compañero sobre un punto problemático de su entrenamiento -y todos hemos estado a ambos lados del consejo- la respuesta sea: “sí, sí, pero es que este perro es muy especial en algunas cosas”. Y es cierto, es un recordatorio de que si todos funcionaran igual con las mismas técnicas, nadie tendría problemas, vienen a decirnos “yo también me sé los conceptos básicos y estuve en ese mismo seminario, pero con mi perro el trabajo estándar no da los resultados estándar, si fuera así no fallaría en ese ejercicio. Ahora necesito algo particular y exclusivo para este perro”.

Ese es el arte de adiestrar, un concepto que quizá ha sido usado de una manera algo hiperbólica durante mucho tiempo y que ahora la ciencia de adiestrar parece haber convertido en sospechoso. Para mí no lo es, porque conozco y he vivido los tiempos en los que no existía el caudal de información actual, donde la dificultad formativa está en seleccionar los textos, los seminarios, los curso, los vídeos a los que vamos a dedicar nuestros recursos y atención.

Hace no tantos años la información era un goteo escaso y angustioso, los adiestradores tenían que hacer mucho con muy poco, usando un diez por ciento de conocimientos y un noventa de arte, entendiendo por arte la primera de las acepciones de la academia: virtud, disposición y habilidad para hacer algo. Y había mucho de las tres cosas en los adiestradores y en el adiestramiento.

Esto exigía mucha sinceridad y modestia frente al adiestramiento, frente al perro. Era imposible olvidar que adiestrar y guiar cada perro es un camino propio, no una generalidad, y que cada adiestrador tenía más talento para unos u otros perros y con cada nuevo ejemplar que entrenaba y guiaba era necesario volver a aprender a adiestrar, porque intentar los mismo con todos era una vía directa y segura al fracaso o, lo que es peor, a la atonía, a un adiestramiento vacío de emociones (en una ocasión uno de mis formadores me hizo notar que un figurante técnicamente impecable, por su falta de pasión, hacía que los perros que trabajaba sistemáticamente se fueran apagando hasta mostrar un servicio de protección cumplidor pero soso y anodino). Y esa es la peor de las mediocridades.

Es cierto que eso llevaba en muchos casos a sensaciones de frustración y estas en demasiadas ocasiones al maltrato, pero no es menos cierto que el esfuerzo, la implicación e ilusión también eran mayores y cuando las cosas salían había una cierta sensación de magia que se ha perdido. Ahora si algo no funciona enseguida es frecuente ver a gente que tuerce el gesto o empieza a desconfiar del adiestrador, la técnica o el sistema, lo que no es mejor ni peor, sino una consecuencia de la evolución y tecnificación del proceso. Pero yo no cambiaría por nada esos momentos de sorpresa.

Conrad (siempre Conrad) vivió como marino el paso de la navegación comercial a vela a la navegación a vapor y describió perfectamente lo que sucedía: hasta ese momento todos los navegantes eran descendientes de los anteriores, era un mismo arte perfeccionado y afinado con el paso del tiempo, sin embargo la navegación a vapor, que se basaba en principios diferentes y vivía otro tipo de dificultades y riesgos rompía la línea continua. Los navegantes a vapor eran sucesores y no descendientes de quienes les precedían y no tendrían las mismas incertidumbres y miedos, llegado el momento dejarían de entender por qué hacían lo que hacían los navegantes a vela.

Algo muy semejante parece estar pasándonos en el adiestramiento, donde algunos nuevos compañeros, formados única o principalmente en la ciencia de adiestrar yerran al mirar con desconfianza o superioridad a esos predecesores nobles que supieron hacer tanto con tan poco, allanando el camino y sufriendo (pero también disfrutando) el adiestramiento como quienes empiezan ahora no podrán nunca imaginar.

No debemos abandonar la ciencia del adiestramiento, que es la realidad actual, y la mejor respuesta a los interrogantes de la profesión, pues intentar una vuelta al pasado, por atractivo que nos parezca, no es sino artificio y fingimiento, pero mejoraremos sustancialmente si dejamos que nuestra ciencia de adiestrar sea lo bastante permeable como para que, en sus abundantes huecos y límites, nos penetre y ayude al arte de adiestrar, que nunca debió soltar nuestra mano, para llevarnos por el camino correcto, recordándonos que, en cierta medida, es necesario olvidar todo y aprenderlo de nuevo al entrenar y guiar a cada perro que entra en nuestras vidas, ya sea a nivel personal, profesional o deportivo.

Comentarios:


  1. Antonio Alonso - agosto 1, 2013

    Conocimientos,empatía,magia y mucha ilusión , para mi es la fórmula magistral para este arte.

  2. Eliseo - agosto 1, 2013

    En cierto modo e inexplicablemente tienes, además de otras muchas, una inquietante virtud, Carlos: cuando aparece un post en el que te explaya de manera un poquito más “sentimental” y aparecen esas opiniones personales tan fantásticamente llevadas, aquello que escribes es algo que he vivido hace poco. Me inquieta 😉

    Un artículo de opinión fantástico y que da que pensar mucho, aun a los que no llevamos tantos años como tú y que no tenemos tantas experiencias de ese tipo de las que hablas (desafortunadamente…o afortunada, depende).

    Permíteme que me quede con una parte del artículo que me ha producido una sensación extraña; esta en la que dices “ahora si algo no funciona enseguida es frecuente ver a gente que tuerce el gesto o empieza a desconfiar del adiestrador…” Correcto. Estoy al 100% de acuerdo…y, como si partida de Pocker fuera, subo la apuesta: creo, con sinceridad, que vivimos en una era de información global; y esto tiene su parte positiva y su parte muy negativa. En un decir “Jesús” aquel que empieza cree que tiene los conocimientos suficientes para criticar, denostar o pasar por encima de aquel que lleva años ejerciendo la profesión. No voy a entrar en metodologías, sería absurdo. A pesar de las técnicas usadas la elegancia y la educación (aunque sólo sea por ser más mayor que yo) debe primar siempre. Esto amén, por supuesto, de que los resultados, como todo hoy en día, se quiere rápido, raudo y veloz…tres premisas contraproducentes en el Adiestramiento.

    Sinceramente, creo que hay mucha gente que cree que cuantas más cosas veas, cuanto más hagas, mejor y mejores resultados tendrás. Esto no es siempre así.

    Tengo la convicción de que antes de tener un criterio propio han de pasar años (a veces muchos) y que antes incluso de adoptar ciertas técnicas se debe (no debería, sino debe) tener un claro camino recorrido. Si no, el batiburrillo mental puede ser bastante importante. Siempre se ha dicho, mezclar no es bueno 😉

    Un abrazo

    Ely

  3. Elena Irurzun - agosto 1, 2013

    lo mismo aplica a la medicina, como yo la veo 🙂

  4. Rafa Beltrán - agosto 1, 2013

    Excelente Carlos, me ha gustado mucho, tocas todas las teclas y haces que la melodía suene agradable.

  5. Castroverde - agosto 1, 2013

    Mt 12, 35. 😉

  6. Patricia Mamolar - agosto 5, 2013

    Despues de mi experiencia en unos magnificos cursos he tenido la suerte de saber que facil es fracasar a pesar de las ilusiones y ganas de aprender y lo que me llevo es las ganas de volver a aprender lo que dia a dia intentaste en vano (por mi parte) inculcarme…. por eso y por lo que dices en este y como siempre maravilloso post…. Yo volvere a aprender e intentar conseguir para lo personal y profesional: EL ARTE DE ADIESTRAR…. No tuve tiempo de decirte GRACIAS..

  7. Carmen Luz - agosto 7, 2013

    Una verdad como un templo… cada perro es diferente. Cuando terminé el curso avanzado, volví a casa dispuesta a aplicar todas las técnicas aprendidas con Jagger, mi Jack Russel. Por supuesto, tardé unos días porque quería hacerlo todo impecablemente: cronograma, planificación, fichas de entrenamiento… Y cuando empecé a cargar el clicker en vacío: ZAS EN TODA LA BOCA!! Jagger se iba alejando, no cogía la comida… cada vez que suena el click, se encoge, agacha las orejas y me mira con angustia. Con todas las esperanzas que tenía en el clicker! Pues con mi perrete no sirve. Y no voy a intentar que se acostumbre, lo llevo grabado a fuego: El estado emocional del perro es lo más importante.
    Tu no solo nos enseñas las técnicas, nos enseñas a pensar en el perro, en sus sentimientos y emociones. A nosotros nos toca aprender que técnicas son las más adecuadas para cada perro y utilizarlas. ¿es eso el arte de adiestrar?

  8. Estefanía Pérez - agosto 12, 2013

    El «arte» de adiestrar…. Qué bonito título, jejeje….Y qué grandes verdades. Nuestros abuelos decían que no todo se aprende en los libros… Y la vida tenía más magia, más emoción…Pero Carlos, no dejes de escribir nunca. 😉

  9. Luis Souto - agosto 13, 2013

    Desoyendo otro post tuyo que creo que se titulaba algo así como «el peligro de desayunar con el e-mail», he compartido el desayuno con esta entrada. Me ha gustado mucho especialmente el final con esa frase de diez líneas emocionada y emocionante que reivindica amalgamar las dos aproximaciones artística y científica. Traducirla para que funcione igual de bien en otros idiomas es harina de otro costal, pero en todo caso no es tarea para hoy 😉

    Arte y ciencia se complementan en cualquier punto de la historia del entrenamiento animal, no me cabe duda, también hoy pese a quien pese. El arte explica lo que la ciencia no llega a explicar, tal vez lo que nunca alcance a explicar. Por otra parte, gracias a la ciencia podemos transmitir de forma más eficiente el arte, entender por qué funciona e incluso mejorarlo. Sin ciencia «el hábito lame(ría) todo hasta darle una suavidad satisfactoria» (Cortázar). Afortunadamente la transmisión de la ciencia conlleva menos copia y más cuestionamiento (no necesariamente menos respeto y nunca menos pasión) hacia el maestro y su legado.

    Esa falta de dinamismo ancló a Japón en algunas disciplinas como la bioquímica hasta que enviaron una generación de estudiantes a formarse en universidades de EE.UU. Aprendieron a beber coca cola y eruptar en clase, estirarse a espaldas del profesor y de paso a ser más contestatarios rompiendo el molde cultural. Idealmente el respeto no habría de perderse y es que, aunque no siempre ocurra así en la práctica, la crítica a las ideas no debiera ser una crítica de la persona. Todas las personas somos más que nuestras ideas necesariamente coyunturales. En suma, he ahí un buen motivo por el que el entrenador con vocación más artística no debe temer la ciencia ni tampoco ningunearla (fenómenos que suelen estar en relación de causa – efecto).

    Por otra parte, el verdadero científico tampoco debiera estar cerrado al arte ni menospreciarlo. Sabe o debería saber, en primer lugar, la naturaleza acientífica y totalmente emocional de lo que motiva sus afanes, que a veces levanta conjeturas a metros de altura para después tratar de fundamentarlas según el método requerido y, más aún, que cuando no lo logra, esa visión encabezonada sigue sesgando su investigación de una u otra manera.

    Hay por tanto razones sobradas para tratar de armonizar ciencia y arte, y una vista aérea apuntala esta idea. De cerca los cambios parecen siempre más radicales de lo que son en realidad. Siguiendo ese inspirado símil Conradiano del paso de la navegación a vela a la propulsión a vapor, se podría decir que a ambos tipos de navegantes nos unen más cosas de las que nos separan. Todos ponemos proa a la mar cuando ésta se arbola. Hay más similitudes que diferencias en nuestras estrategias: recoger trapo en un velero dejando el mínimo imprescindible que ayude a gobernar el barco no es sustancialmente distinto a poner una máquina a vapor o diesel a un régimen mínimo para que no reviente el motor cuando la hélice quede expuesta al aire en el momento de caer de la ola. Más allá de sus técnicas la realidad moldea los caracteres de los marinos; todos al pasar su línea de sombra adquirimos una modestia real que viene de enfrentarse con tesón a fuerzas de la naturaleza que sobrepasan nuestras capacidades y que no terminamos de comprender, algo que seguirá estando ahí cuando nos vayamos.

  10. Raquel - marzo 5, 2014

    «El conocimiento está limitado a todo lo que ahora sabemos y comprendemos, mientras que la imaginación abarca el mundo entero, y jamás podremos saber y conocer todo lo que hay allí» Esta cita es del famoso Albert Einstein. Sin la imaginación, la creatividad y el arte, al fin y al cabo, la ciencia en cualquier ámbito se estancaría. No hay que ir mucho más lejos de las matemáticas. Son una herramienta completamente abstracta e inventada por el hombre que se adapta como un guante para manejar y entender los procesos físicos.

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